Uno tiende a creer que ha sido el único. El único que ha hecho las cosas TAN mal. "¿Cómo pude ser tan estúpido como para elegir ese camino?". "¿Por qué tardé tanto en darme cuenta?". "Sólo yo pude haber sido tan ignorante (cobarde / ingenuo / hiriente / mentiroso... y un largo etcétera...)". Sobre todo cuando vamos llegando a la mitad de la vida, el balance de nuestras acciones suele arrojar un saldo alarmante en cuanto a nuestros yerros. Entonces ponemos en duda si realmente somos personas inteligentes, si podríamos haber evitado semejante necedad, si somos poco menos que dementes como para haber tenido un criterio de realidad tan desatinado...
No es nuestra intención consolarle. Sólo queremos avisarle que NO: Ud. no es el único. Es más: igual visión de sí la describen quienes han tenido mayor lucidez dentro de la especie humana. Hasta el mismo Dante comienza su "Divina Comedia" diciendo: "En el medio del camino de la vida / yo me encontraba en una senda oscura / en que la recta vía había perdido". Y allí comienza a transitar paraísos, purgatorios e infiernos: a partir de su propia confusión. Ese "medio del camino" es, justamente, la edad en que uno empieza a ser más objetivo consigo mismo. Y se enoja consigo y con lo que vivió. Con lo que hizo y con lo que no hizo. Puede que llegue a un nivel de dureza en el autojuzgamiento como tal vez jamás haya tenido para con nadie! De allí es que viene la palabra "remordimiento": volver a morderse a sí mismo, una y otra vez. ¿Hasta cuándo? La respuesta es: hasta morir. Pero no hasta que muera el cuerpo: morir a lo que fuimos, a lo que no hicimos, a lo que hicimos mal, a lo que "tendría que haber sido". Ese "morir" es aceptar lo que SÍ FUE. Y apreciar nuestro esfuerzo por comprender, a pesar del error. En esa aceptación está el cese del sufrimiento. Y se llega a ella no mágicamente, sino como fruto de un proceso.
En ese punto, es posible que nos dé descanso comprender que nuestra alma (o, como le llaman en Oriente, nuestro Atman, nuestra porción de lo Sagrado) necesitó de tanto desacierto, -y de tanto acierto!- para roturar nuestra coraza externa y emerger, como la semilla en la tierra. Entonces, los desaciertos se convierten en el abono de la modestia y, junto con los aciertos, pueden señalar por dónde es la otra mitad del camino. Desde esa modestia, quizás logremos dejar de querer controlarlo todo, de querer ser perfectos, y permitir en cambio que esa porción de lo Sagrado sea quien direccione nuestra vida... atentos a que vendrán nuevos desaciertos! Pero será menos difícil capitalizarlos, sin re-mordernos (que a esa altura ya sería mero sufrimiento inútil)
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