Nuestras vidas se resumen a constantes cambios. Todo gira: la tierra, la moda, el trabajo, la política, el dinero y hasta el amor.
De hecho, cuando nos enamoramos, por citar sólo un ejemplo, el primer gran atractivo es lo nuevo que apreciamos en ese ser que recién conocemos y que, sin explicación aparente, nos llega directo al corazón. Tanto, que nos hace cambiar.
No en vano escuchamos a muchas novias decir, “ese hombre me cambió la vida”; o a los chicos advertir, “esa mujer me movió el piso”.
El cambio es un ‘hechizo’. La clave está en la forma como agitemos esa varita mágica para que las cosas cambien de manera positiva.
La forma como asimilemos las variaciones de la vida, nos puede hacer sentir dos tipos de cosas:
Una es que veamos la vida como si nos hubiéramos ganado una ‘lotería’.
Y la segunda es que nos montemos en un pálido cortejo fúnebre.
Sea como sea, en esto del cambio, hay un ‘axioma’: si buscamos el crecimiento personal inherente a cualquier nuevo periodo de la vida, el cambio nos favorece.
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