sábado, 6 de noviembre de 2010

Qué tanto habla con usted mismo?

Dicen que cuando uno habla solo está loco. ¡Y no es así! De hecho, puede ser más ‘cuerdo’ el conversar con uno mismo, que hacerlo con el sicólogo. ¿Por qué lo decimos?
Porque usted, y nadie más que usted, es quien sabe qué es lo que le pasa. Por eso, hablar con uno mismo tiene grandes ventajas: hay desahogos, se rebaja la tensión emocional e incluso se sacan muchas cucarachas que se anidan en la cabeza.
Es como mantener encendidos los diálogos con su espejo. Además, este ejercicio puede resolverle muchas de las angustias que tanto lo agobian.
Este ‘monólogo espiritual’ es una actividad tan sana como productiva. Muchas personas que han fracasado, reconocieron que lograron superar la adversidad gracias a la conversación que sostuvieron con sus voces interiores.
Hablar con uno mismo, ojalá sea en voz alta, es útil para pensar mejor y tomar decisiones trascendentales.
Se podrá engañar a todo el mundo, menos a Dios y a uno mismo. En ese orden de ideas, cada vez que usted decide entablar su propia charla, finalmente el mensaje que se emite es sólo la revelación transparente de lo que hay en su corazón.
Hay que hacer una advertencia: se debe tener cuidado de lo que habla, porque puede ser un diálogo positivo o negativo.
La Biblia señala que un hombre rico se la pasaba hablando en voz alta de toda la plata que tenía, y de tanto jactarse de su dinero, sus familiares lo tildaron de loco y le quitaron su fortuna.
Por otro lado, las Sagradas Escrituras también recuerdan que el hijo pródigo hablaba consigo mismo del amor que le tenía a su padre y de lo tanto que extrañaba a su familia y, después de analizarlo, tomó la mejor decisión: regresó a su hogar.
Tampoco se trata de que cuando hable con usted se la pase dándose duro, reprochándose y lastimando por aquello que hizo o dejó de hacer.
Mucho menos tiene derecho a quejarse por todo y asumir el rol del ‘pobrecito yo’.
Recuerde que usted es lo que piensa o, para el caso de esta página, usted es lo que habla con usted mismo.
Porque las palabras dejan huella, tienen poder e influyen de una manera sana o errada. Ellas curan o hieren, animan o desmotivan, reconcilian o enfrentan, iluminan o ensombrecen, dan vida o dan muerte...
Le corresponde hablar de cosas que sean verdaderamente honestas, precisas, amables y que, incluso, sean dignas de ser escuchadas después por los demás.
Cuando les imprimimos palabras a los sentimientos, logramos expresarnos con los demás y conseguimos esas cosas buenas que tanto anhelamos.

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