sábado, 6 de noviembre de 2010

LA ESPERANZA DEL LABRIEGO

El campesino tiene la costumbre se sentarse a ver sus siembras y repetirse así mismo que las tardes más bellas para él, llegan justo después de las mañanas más tristes.
Él, por muy alterado que esté el clima, cultiva la esperanza, la convierte en una flor de primavera y, lo que es mejor, la balancea dulcemente al vaivén de sus ilusiones.
Para él no existen terrenos estériles. Si hay agua para regarlos, abono para prepararlos y semillas para cultivarlos, él será capaz de sembrar jardines en el desierto.
El monólogo de este labriego tiene el tono verde de la esperanza incrustado en sus palabras y, por ende, en sus siembras.
A toda hora él tiene una sonrisa pintada en los labios y siempre cree que todo marchará bien.
Y lo mejor es que, al final, sus cosechas se multiplican.
Todos deberíamos pensar como el campesino. Por muy atormentados de penas y sufrimientos que hoy tengamos, no debemos olvidar que a todos nos abriga un pedazo de cielo.
A veces vivimos renegando porque nuestro camino está lleno de piedras; pero no hacemos nada para conseguir un buen calzado que nos proteja de los traspiés que a veces nos trae la vida.
La esperanza es como cualquiera de esas sustancias que se toman como medicina: nos socorre una necesidad, nos libra de un riesgo o peligro y, casi siempre, repara ese daño que causa en nosotros el desánimo.
Mientras existan ganas de luchar, hay esperanzas de vencer.

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