"¿Cómo puede ser que me suceda nuevamente, con tanto esfuerzo que hice para cambiar esa parte de mí?". "Qué pena! No me di cuenta y desperdicié mi única oportunidad...!". Ante este tipo de pensamiento, acto seguido, uno se cuestiona el valor de su propia inteligencia; quizás se insulte a sí mismo, o tal vez culpe a la vida respecto de que ciertos asuntos vuelvan a repetírsenos, o de que perdamos oportunidades sin haber respondido desde nuestro mejor lugar... Sin embargo, a veces alivia saber una cosa: a todos nos pasa lo mismo. No, no es por aquello de que "Mal de mucho consuelo de tontos", sino que, saber que este tipo de repeticiones son naturales en el proceso de evolución de un individuo, descarga el peso de concebirlas como una "falla estrictamente personal" (algo así como si uno se dijera "No sirvo para este mundo, para esta vida"). A todos se nos presentan estas situaciones repetitivas, como si los eventos esperaran de nosotros una mejor respuesta que la que dimos la última vez desde nuestra propia mecanicidad.
No hay cómo saber si la Realidad en sí tiene o no un Sentido, si es "para algo" que ciertos eventos se repiten en la historia personal, si hay una Ley oculta que genere este fenómeno con alguna razón difícil de comprender: en ningún lugar te entregarán un certificado en el que conste que esas cosas tienen algún Sentido. Sin embargo, esto implica que la opción está en uno. Uno mismo es quien puede posicionarse de dos maneras: o bien como una víctima de las circunstancias, que nada puede hacer para evitarlas, o como alguien que se predispone a aprender de eso que le sucede. En ese caso, así no tengamos una constancia fehaciente de que la vida tiene un Sentido, esa actitud misma estaría adjudicándoselo, por nuestra propia decisión.
Si uno evoca a las mejores personas que haya conocido, no importa a qué se hayan dedicado, qué credo practicaran, cuán anónimas o importantes hayan resultado: seguro, sí, que esas personas han procurado sostener a lo largo de las peores circunstancias esa segunda actitud (actitud que con frecuencia requiere de un hondo valor, de una fuerza de espíritu muchas veces colosal). Tal vez seamos como esas cerámicas que necesitan ir al horno varias veces hasta que se logre una cocción tal que la pieza cobre su pleno valor y su total belleza: cada repetición, entonces, se convertiría en una oportunidad de ser "más cocidos"; es decir, menos "crudos", más sensatos, más modestos, y, -por qué no-, más sabios. Quizás para eso la vida presenta otra oportunidad ante aquello que no pudimos aprovechar aún para aprender...
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