viernes, 8 de agosto de 2008

Tocar fondo"

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¿Sabes nadar? ¿Sabes, entonces, cuál es la mejor manera de salir a la superficie si has perdido pie? Nadar un poco más hacia abajo, pisar firme, y, tocando fondo, impulsarse desde allí para salir. Por sobrevivencia. Por instinto. SABEMOS COMO HACERLO. Pero no es sólo pisar fondo: es NO OLVIDAR EL IMPULSO, EL VIGOR PARA RE-IMPULSARSE HACIA ARRIBA.

Un pequeña que conocimos, y que ya sabía nadar, se lanzó a la pileta de adultos por pirmera vez. De pronto emergió con cara de desconcierto por la inusual profundidad. El padre le preguntó: "Haces pie, Natalia?". Y ella le respondió: "Hago pie, pero no hago cabeza!" Claro: no alcanza con tocar fondo, sino que es indispensable DAR VIDA AL IMPULSO DE VOLVER A SALIR A FLOTE! Y eso instintivo,en el agua, y en la vida. En el tocar fondo de la vida, el secreto es NO MENTIRSE. Admitir la tristeza, la derrota, que hemos dañado a otros (ya sin justificarnos), que hemos sido dañados (ya sin justificar). El pasado exigirá ser revisado. Y si la revisión es inteligente, vendrá tristeza. Una tristeza inteligente también: por la renuncia a lo ilusorio. Por la aceptación de la impermanencia: nada se queda quieto en esta realidad, nada es fijo, perdemos lo querido, se deshace lo construido, como el hielo al sol. Vemos que nos hemos equivocado, que nos quedamos de donde debíamos irnos, que elegimos lo torcido en vez de lo derecho, que hemos permitido que nos injurien o hemos injuriado... Nos enojaremos con nosotros mismos, con los demás, con la Vida misma... Y está bien que así sea: es parte de un proceso; humano, tremendamente humano. Y no es verdad que "errar es humano, perdonar es divino". Perdonar y perdonarse también es humano. Sólo que requiere de un extraordinario proceso, en el que, inevitablemente, tenemos que tocar fondo, para auto-impulsarnos a salir a flote. Pero ya no seremos los mismos. Por suerte, ya no.

Si dejamos que el proceso acontezca, desde el fondo, habituados a la oscuridad, es posible que poco a poco atisbemos la superficie luminosa. El requisito es, desde ese fondo, mirar insistentemente hacia arriba. Hasta volver a ver. Porque en el fondo nos volvemos transitoriamente ciegos. Pero de pronto un hálito de Vida puede querer entrar a nuestros pulmones, para ser respirado por nosotros. Y nos hable no sólo de Vida, sino también del dolor de los demás. Entonces nos damos cuenta de que no estamos solos, sino inscriptos en el Dolor universal, simplemente. Por ser humanos. El ajeno, el propio, el de todos. Y vamos aceptando asumir nuestra cuota. Nos disponemos entonces a pegar el salto y respirar hondo, hondo, hondo... Y en ese re-flotar, a remangarnos los brazos, a acompañar, a otros a dejarnos acompañar. A estar de nuevo vivos. Rotos y zurcidos. Quebrados y soldados. Derruidos y reciclados. Habiendo derrotado a la derrota. No hay otra victoria necesaria.

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