miércoles, 18 de noviembre de 2009

El Umbral

(de Joaquín Arduengo)
¿Qué será mi propia muerte?
¿Será distinta de la tuya?
¿O ella establecerá sus propias distinciones?
¿Qué paisaje se impondrá por lo vivido?
¿Un paisaje definitivo?
¿Una última síntesis?
¿Una primera y total comprensión?
¿Qué quedará para emprender un nuevo viaje?
¿Despertar del sueño?
¿Sonreiré por la ingenuidad con que asumí la vida?
¿Podré aceptar en paz el umbral poéticamente señalado?,

En este reloj de días, de horas, de segundos,
En que se funden los días,
En este crisol de pasiones, de aciertos, de errores,
¿las cenizas volarán para llenar de estrellas el lejano firmamento?
¿podré contemplar a quienes he amado?
¿podré tender mi mano bondadosa cuando la necesiten
para compensar la dureza de cualquier instante erróneo?
¿tendré la posibilidad de venir en un rayo de sol,
depositarme en una hoja,
entrar al corazón cuando la desesperanza anide
y dejar con suavidad una pequeña luz de alegría palpitante?

No me es suficiente perseguir ciegamente una creencia,
Ni escapar a lomos de ella huyendo del temor.
Mejor – me digo -, llegar digno
Establecer ahora mi propia rebelión
Entrar desnudo
Con mirada curiosa, amable,
Disponible.
No arrodillarme ante ningún oscuro designio
Morir con resolución íntima.

Desde aquí puedo mirar la noche,
Sentir la brisa helada rozar por un ínfimo instante
El silencio suave de mi existencia
¡Qué necesidad infinita de perdonar y perdonarme!

En esta ambigua transitoriedad,
Quisiera resolver alegremente la paradoja
De desear aquello que rechaza la posesión
Y despedirme de esta vida agradecido
Prólogo

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