Sin duda que la sustitución del yo por una fuerza, un
espíritu, un dios, o la personalidad de un hechicero o hipnotizador, ha sido
algo corriente en la historia. También ha sido algo conocido aunque no tan
corriente, el hecho de suspender el yo evitando toda sustitución, como hemos
visto en algún tipo de yoga y en algunas prácticas místicas avanzadas. Ahora
bien, si alguien pudiera suspender y luego hacer desaparecer a su yo, perdería
todo control estructural de la temporalidad y espacialidad de sus procesos
mentales. Se encontraría en una situación anterior a la del aprendizaje de sus
primeros pasos infantiles. No podría comunicar entre sí, ni coordinar sus
mecanismos de conciencia; no podría apelar a su memoria; no podría relacionarse
con el mundo y no podría avanzar en su aprendizaje. No estaríamos en presencia
simplemente de un yo disociado en algunos aspectos, como pudiera ocurrir en
ciertas afecciones mentales, sino que nos encontraríamos con alguien en un
estado parecido al de sueño vegetativo. Por consiguiente, no son posibles esas
futilidades de “suprimir el yo”, o de “suprimir el ego” en la vida cotidiana.
Sin embargo, es posible llegar a la situación mental de supresión del yo, no en
la vida cotidiana pero si en determinadas condiciones que parten de la
suspensión del yo.
La entrada a los estados profundos ocurre desde la suspensión
del yo. Ya desde esa suspensión, se producen registros significativos de
"conciencia lúcida" y comprensión de las propias limitaciones
mentales, lo que constituye un gran avance. En ese tránsito se debe tener en
cuenta algunas condiciones ineludibles: 1.- que el practicante tenga claro el
Propósito de lo que desea lograr como objetivo final de su trabajo; 2.- que
cuente con suficiente energía psicofísica para mantener su atención ensimismada
y concentrada en la suspensión del yo y 3.- que pueda continuar sin solución de
continuidad en la profundización del estado de suspensión hasta que
desaparezcan las referencias espaciales y temporales.
Con respecto al Propósito, se debe considerar a éste como la
dirección de todo el proceso pero sin que ocupe el foco atencional. Estamos
diciendo que el Propósito debe ser "grabado" con suficiente carga
afectiva, como para operar copresentemente mientras la atención está ocupada en
la suspensión del yo y en los pasos posteriores. Esta preparación condiciona
todo el trabajo posterior. En cuanto a la energía psicofísica necesaria para el
mantenimiento de la atención en un interesante nivel de concentración, el
principal impulso proviene del interés que forma parte del Propósito. Al
comprobar la falta de potencia y permanencia, se debe revisar la preparación
que se ha hecho del Propósito. Se requiere una conciencia despejada de fatiga y
una mínima educación de la reducción del foco atencional sobre un solo objeto.
Continuar en la profundización de la suspensión hasta lograr el registro de
"vacío", significa que nada debe aparecer como representación, ni
como registro de sensaciones internas. No puede, ni debe, haber registro de esa
situación mental. Y el regreso a la situación mental de suspensión o a la
vigilia habitual, se produce por los impulsos que delatan la posición y las
incomodidades del cuerpo.
Nada se puede decir de ese “vacío”. El rescate de los
significados inspiradores, de los sentidos profundos que están más allá de los
mecanismos y las configuraciones de conciencia, se hace desde mi yo cuando éste
retoma su trabajo vigílico normal. Estamos hablando de “traducciones” de
impulsos profundos, que llegan a mi intracuerpo durante el sueño profundo, o de
impulsos que llegan a mi conciencia en un tipo de percepción diferente a las
conocidas en el momento de “regreso” a la vigilia normal. No podemos hablar de
ese mundo porque no tenemos registro durante la eliminación del yo, solamente
contamos con las “reminiscencias” de ese mundo, como nos comentara Platón en
sus mitos.
Silo
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