Los diferentes modos de estar el ser humano en el
mundo11, las diferentes
posiciones de su experimentar y hacer, responden a estructuraciones completas
de conciencia. Así: la "conciencia desdichada", la "conciencia
angustiada", la conciencia emocionada", la "conciencia
asqueada", la "conciencia nauseada", la "conciencia
inspirada", son casos relevantes que han sido descritos convenientemente12 Es aquí pertinente
anotar que tales descripciones se pueden aplicar a lo personal, a lo grupal y a
lo social. Por ejemplo, para describir una estructura de conciencia en pánico,
se debe arrancar de una situación colectiva, como se reconoce en los orígenes
(legendarios e históricos) de la palabra "pánico" que designa un
especial estado de conciencia. Con el paso del tiempo, el vocablo “pánico” se
usó cada vez más frecuentemente para explicar una alteración de conciencia
individual13.
Ahora bien, los casos anteriormente citados pueden ser
entendidos individualmente o en un conjunto (en atención a la intersubjetividad
constitutiva de la conciencia). Siempre que ocurran variaciones en esas
estructuraciones globales, ocurrirán también variaciones en los fenómenos
concurrentes, tal es el caso del yo. Así, en plena vigilia pero en estados de
conciencia diferentes, registramos al yo ubicado en distintas profundidades del
espacio de representación.
Para comprender lo anterior, debemos apelar a las diferencias
entre niveles y estados de conciencia. Los niveles clásicos de vigilia,
semisueño, sueño profundo paradojal y sueño profundo vegetativo, no ofrecen
dificultades de comprensión. Pero en cada uno de esos niveles tenemos la
posibilidad de reconocer posiciones variables de los fenómenos psíquicos. Poniendo
ejemplos extremos: decimos que cuando el yo mantiene contacto sensorial con el
mundo externo pero se encuentra perdido en sus representaciones o evocaciones,
o se tiene en cuenta a sí mismo sin intereses relevantes sobre su acción en el
mundo, estamos en presencia de una conciencia vigílica en estado de
ensimismamiento. El cuerpo actúa externamente en una suerte de “irrealidad”
que, profundizándose, puede llegar a la desconexión y la inmovilidad. Se trata
de un “corrimiento” del yo hacia una presencia constante de los registros de
evocación, representación o percepción táctil-cenestésica y, por tanto, la
distancia se “alarga” entre el yo y el objeto externo. En el caso opuesto, el
yo perdido en el mundo externo, se desplaza hacia los registros táctil
kinestésicos sin crítica ni reversibilidad sobre los actos que realiza. Estamos
ante un caso de conciencia vigílica en estado de alteración como puede
ocurrir en la llamada “emoción violenta”. En este caso, la importancia que
cobra el objeto externo es decisiva, acortándose la distancia entre el yo y el
objeto percibido.
Silo
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