miércoles, 3 de julio de 2013

 Símbolos


Un punto, en el espacio externo, va a funcionar del mismo modo que el punto en el espacio de representación interno. Comprobamos que la percepción de un punto sin referencias hace mover los ojos en todas las direcciones por cuanto el ojo va a buscar parámetros perceptuales para encuadrarlo. Lo mismo va a suceder con un punto de representación. Frente a un punto imaginado se van a buscar parámetros, referencias, aunque sea con los bordes del espacio de representación. El punto va a subir, va a bajar, va a ponerse en un costa­do o en otro, se puede hacer el esfuerzo por mantener ese pun­to pero se va a notar como si el “ojo interno” buscara re­­fe­rencias dentro del espacio mental. Así pues, un punto sin referencias hace mover los ojos en todas las direcciones.
La línea horizontal lleva al ojo en esa dirección, en la dirección horizontal, sin mayor esfuerzo. Pero la línea vertical provoca un cierto tipo de tensión. En el espacio de representación se presentan mayores dificultades para desplazar la imagen por “alturas” y “profundidades” que en sentido horizontal. Internamente, se podría seguir un movimiento “horizontal” constante que terminara volviendo a la posición original, mientras que resultaría más difícil “subir” y, circularmente, lle­gar desde “abajo” al punto de origen. Así también, el ojo, puede desplazarse con mayor facilidad en sentido horizontal.
Dos líneas que se cruzan, llevan al ojo a dirigirse hacia el centro y quedar encuadrado.
La curva lleva al ojo a incluir espacio. Provoca la sensación de límite entre lo interno y lo externo a ella, deslizando el ojo hacia lo incluido en el arco.
El cruce de curvas fija al ojo haciendo surgir nuevamente al punto.
El cruce de curva y recta fija el punto central y rompe el aislamiento entre los espacios incluidos y excluidos en el arco.
Las rectas quebradas, rompen la inercia del desplazamiento del ojo y exigen un aumento de la tensión en el mirar. Igual sucede con los arcos discontinuos. Si en el espacio de representación se observa una línea horizontal y a esta línea horizontal se la quiebra y hace descender, la inercia que llevaba ese fenómeno se rompe, se “frena”, produciéndose un aumento de la tensión. Si se hace eso con la horizontal pero quebrándola hacia arriba, en lugar de hacia abajo, se va a pro­ducir otro tipo de fenómeno. Pero en todo caso se va a romper la inercia.
La repetición de iguales segmentos de rectas o curvas discontinuas, coloca nuevamente al movimiento del ojo en un sistema de inercia. Por lo tanto disminuye la tensión del acto de mirar y se produce la distensión. Es decir, el placer del ritmo que se registra en las curvas que se repiten o las rectas en segmentos que se repiten y que tan importante ha sido a los efectos de la decoración. También en el caso del oído se verifica con facilidad el efecto del ritmo.
Cuando rectas y curvas terminan conectándose en circuito, surge el símbolo del encuadre y del campo. En el espacio de representación, el encuadre mayor está dado por los límites de dicho espacio interno pero que, desde luego, es variable. Pero en todo caso, sus límites son el encuadre mayor. Lo que sucede adentro de ese encuadre está en el campo de representación. Tomando, por ejemplo, un cuadrado y colocando un punto dentro de su campo, se va a notar un sistema de tensiones diferentes, según el punto esté próximo a una recta discontinua (un ángulo del cuadrado), o según esté equidistante a todos los ángulos. En el segundo caso se comprueba una especie de equilibrio. Se puede sacar ese punto del cuadrado y colocarlo afuera de él, comprobándose una tendencia del ojo a incluirlo en el campo del cuadrado. Seguramente, en la representación interna ocurrirá otro tanto.
Cuando rectas y curvas se separan del circuito surge un símbolo de expansión (si aquellas tienen una dirección de apertura), o surge un símbolo de contracción (si tienen dirección de cierre).
Una figura geométrica elemental actúa como referencial de centros manifiestos. Existe diferencia entre centro manifiesto (donde se cruzan líneas) y centro tácito (donde se dirige el ojo sin dirección de líneas). Dado un cuadrado, en el cruce de sus diagonales (aunque dichas líneas no estén dibujadas), surge el centro tácito, pero este se hace manifiesto en cuanto se coloque allí un punto. Los centros manifiestos, por tan­to, surgen cuando se cortan curvas o rectas y la visión se es­tanca. Los centros tácitos son aquellos que aparecen como si estuvieran puestos, que operan como si existiera el fenóme­no. No existe tal fenómeno, pero sí existe el registro de estan­ca­miento del ojo.
En el círculo, no hay centros manifiestos. Hay solamente centro tácito, lo que provoca movimientos del ojo hacia el centro.
El punto es el centro manifiesto por excelencia. Como no hay encuadre ni centro tácito, este centro se desplaza en cualquier dirección.
El vacío es el centro tácito por excelencia. Como no hay encuadre ni centro manifiesto, este centro provoca un movimiento general hacia él.
Cuando un símbolo incluye a otro en su campo, el segundo es el centro manifiesto. Los centros manifiestos atraen el ojo hacia ellos. Un centro manifiesto puesto en el espacio de representación, atrae a todas las tensiones del psiquismo hacia él.
Dos centros de tensión provocan vacío en el centro tácito, desplazando la visión hacia ambos polos y luego hacia el centro del vacío, creándose tensiones intermitentes.
En el campo de un símbolo de encuadre, todos los símbolos están en relación y colocando uno de los símbolos fuera del encuadre se establece una tensión entre él y el conjunto incluido. Con el espacio de representación, como inclusor mayor, sucede eso mismo. Todas las imágenes tienden a ser incluidas presentemente en este espacio y aquellas imágenes copresentes tenderán a expresarse en ese espacio. Otro tanto ocurre entre niveles en su relación de imágenes. Y podría haber en el espacio de representación, una determinada imagen (una imagen obse­siva, por ejemplo), que impidiera el acercamiento de otras representaciones. Por lo demás, esto sucede cuando la atención está activa sobre un contenido impidiendo la interferencia de otros. Pero po­dría existir un gran vacío, que permitiera manifestar con facilidad contenidos profundos que llegaran a su campo.
Los símbolos externos al encuadre tienen relación entre sí, sólo por su referencia al encuadre.
Los signos, alegorías y símbolos pueden servirse mutuamente de encuadre o servir de enlace entre encuadres.
Las curvas concentran la visión hacia el centro y las puntas dispersan la atención fuera del campo.
El color no modifica la esencia del símbolo, aunque lo pondera como fenómeno psicológico.

La acción de forma del símbolo se verifica en la medida en que se registre dicho símbolo, es decir que si alguien es­­tá­ colocado en el interior de una habitación y no sabe que és­ta es cúbica, esférica, o piramidal la acción de forma no se verifica. Pero si alguien sabe o cree (por ejemplo experimentalmente, con los ojos vendados) que está incluido en una habitación piramidal, entonces va a experimentar registros muy diferentes a si cree que está en una habitación esférica. El fenómeno de la “acción de forma” se verifica no por la forma en sí, sino por la representación que corresponde a la forma. Estos símbolos que operen como continentes, van a producir numerosas tensiones en otros contenidos; a algunos les van a dar dinámica, a otros los van a incluir, a otros los van a excluir, etcétera. En suma, se va a establecer un sistema de relaciones específicas entre los contenidos de acuerdo al tipo de continentes simbólicos que se configuren.
Silo

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