En los desplazamientos
por el espacio de representación, llegamos a sus límites. A medida que las
representaciones descienden, el espacio tiende a obscurecerse e, inversamente,
hacia arriba va aumentando la claridad. Estas diferencias de luminosidad entre
“profundidades” y “alturas”, seguramente tienen que ver con la información de
memoria que desde la primera infancia va asociando la grabación de luminosidad
a los espacios altos. También se puede comprobar la luminosidad mayor que tiene
cualquier imagen visual emplazada a nivel de los ojos, mientras que su
definición disminuye a medida que se la ubique fuera de ese nivel. Lógicamente,
el campo de visión se abre con más facilidad al frente y hacia arriba de los
ojos (hacia la cúspide de la cabeza) que al frente y hacia abajo (hacia el
tronco, las piernas y los pies). No obstante lo dicho, algunos pintores de
zonas frías y brumosas nos muestran en los planos bajos de sus lienzos una
especial iluminación en las que a menudo están los campos nevados, así como una
creciente obscuridad hacia los espacios altos que suelen aparecer cubiertos de
nubes.
En las profundidades o en las alturas, aparecen objetos más o
menos luminosos, pero al representar tales objetos no se modifica el tono
general de luz que pueda existir en los distintos niveles del espacio de
representación.
Por otra parte y solamente en determinadas condiciones de
alteración de conciencia, se produce un curioso fenómeno que irrumpe iluminando
todo el espacio de representación. Este fenómeno acompaña a las fuertes conmociones
psíquicas que entregan un registro emotivo cenestésico muy profundo. Esta luz
que ilumina todo el espacio de representación se hace presente de tal manera
que aunque el sujeto suba o baje el espacio permanece iluminado, no dependiendo
esto de un objeto particularmente luminoso, sino que todo el “ambiente”
aparece ahora afectado. Es como si se pusiera la pantalla de tv a máximo brillo. En tal caso, no se
trata de unos objetos más iluminados que otros sino del brillo general. En algunos
procesos transferenciales, y luego de registrar este fenómeno, algunos sujetos
salen a vigilia con una aparente modificación de la percepción del mundo
externo. Así, los objetos resultan más brillantes, más netos y con más volumen,
según las descripciones que se suelen hacer en estos casos. Al producirse
este curioso fenómeno de iluminación del espacio, algo ha pasado con el
sistema de estructuración de la conciencia que ahora interpreta de un modo
diferente la percepción externa habitual. No es que se “hayan depurado las
puertas de la percepción”, sino que se ha modificado la representación que
acompaña a la percepción.
De un modo empírico y por medio de diversas prácticas místicas,
los devotos de algunas religiones tratan de ponerse en contacto con un fenómeno
trascendente a la percepción y que parece irrumpir en la conciencia como “luz”.
Por diferentes procedimientos ascéticos o rituales, por medio del ayuno, de la
oración, o de la repetición, se pretende lograr el contacto con una suerte de
fuente de luz. En los procesos transferenciales y en los procesos autotransferenciales,
sea por accidente en el primer caso, o de modo dirigido en el segundo, se tiene
experiencia de estos curiosos acontecimientos psíquicos. Se sabe que estos se
pueden producir cuando el sujeto ha recibido una fuerte conmoción psíquica, es
decir que su estado es aproximadamente un estado alterado de conciencia. La
literatura religiosa universal está plagada de numerosos relatos acerca de
estos fenómenos. También es interesante advertir que esta luz en ocasiones se
“comunica” y hasta “dialoga” con el sujeto, tal cual está ocurriendo en estos
tiempos con las luces que se ven en los cielos y que llegando a los temerosos
observadores les dan sus “mensajes de otros mundos”.
Hay otros muchos casos de variaciones de color, calidad e
intensidad lumínica, como sucede con ciertos alucinógenos, pero esos casos no
tienen que ver con lo comentado anteriormente.
Según se describe en muchos textos, algunas personas que
aparentemente murieron y volvieron a la vida, tuvieron la experiencia de
abandonar su cuerpo e ir orientándose hacia una luz cada vez más viva, sin
poder relatar bien si es que ellos avanzaban hacia la luz o si ésta avanzaba
hacia ellos. El hecho es que los protagonistas se van encontrando con semejante
luz que tiene la propiedad de comunicarse y hasta de dar indicaciones. Pero
para poder contar estas historias habrá que recibir un golpe eléctrico en el
corazón, o algo por el estilo, y entonces nuestros héroes se sentirán
retrocediendo y alejándose de la famosa luz con la que estaban por tomar un
interesante contacto.
Hay numerosas explicaciones acerca de estos fenómenos,
explicaciones por el lado de la anoxia, de la acumulación de dióxido de
carbono, de la alteración de ciertas enzimas cerebrales. Pero a nosotros, como
de costumbre, no nos interesan tanto las explicaciones, que hoy son unas y
mañana otras, sino más bien nos interesa el sistema de registro, el emplazamiento
afectivo que padece el sujeto y esa suerte de gran “sentido” que parece
irrumpir sorpresivamente. Aquellos que creen haber vuelto de la muerte,
experimentan un gran cambio por el hecho de haber registrado un “contacto” con
un fenómeno extraordinario que de pronto emerge y del que no se alcanza a
comprender si es un fenómeno de percepción o de representación, pero que
parece de gran importancia ya que tiene aptitud para cambiar súbitamente el
sentido de la vida humana.
Es sabido, por lo demás, que los estados alterados de
conciencia pueden darse en distintos niveles y, por supuesto, en el nivel
vigílico. Cuando uno se encoleriza, se produce en vigilia un estado
alterado. Cuando uno de pronto siente euforia y una gran alegría, también está
rozando un estado alterado de conciencia. Pero cuando se habla de “estado
alterado”, se suele pensar en algo infravigílico. Sin embargo, los estados
alterados son frecuentes, suceden en distinto grado y con distinta calidad. Los
estados alterados siempre implican el bloqueo de la reversibilidad en alguno de
sus aspectos. Hay estados alterados de conciencia aún en vigilia, como son los
estados producidos por la sugestionabilidad. Todo el mundo está más o menos
sugestionado por los objetos que muestra la publicidad o que magnifican los
comentaristas mediáticos. Mucha gente en el mundo cree en las bondades de los
artículos que repetidamente se van proponiendo en las diversas campañas. Estos
artículos pueden ser objetos de consumo, valores, puntos de vista sobre
diferentes tópicos, etcétera. La disminución de la reversibilidad en los
estados alterados de conciencia, está presente en cada uno de nosotros y a
cada momento. En casos más profundos de susceptibilidad, nos encontramos ya
con el trance hipnótico. El trance hipnótico trabaja en el nivel de conciencia
vigílica, aunque el creador de la palabra “hipnosis” haya pensado que era una
suerte de sueño. El sujeto hipnotizado camina, va, viene, anda con los ojos
abiertos, efectúa operaciones, y también durante el efecto post-hipnótico el
sujeto sigue actuando en vigilia pero cumpliendo con el mandato que se le dió
en el momento de la sesión hipnótica. Se trata de un fuerte estado alterado de
conciencia.
Están los estados alterados patológicos en los que se disocian
importantes funciones de la conciencia. También hay estados no patológicos en
los que provisoriamente se pueden escindir, dividir las funciones. Por ejemplo,
en ciertas sesiones espíritas alguien puede estar conversando y al mismo
tiempo, su mano se pone a escribir automáticamente y comienza a pasar
“mensajes” sin que el sujeto advierta lo que está ocurriendo.
Con los casos de división de las funciones y de escisiones de
personalidad, se podría organizar un listado muy extenso de los estados
alterados. Muchos estados alterados acompañan a fenómenos de defensa que se
ponen en marcha cuando ocurren disparos adrenalínicos frente a un peligro y
esto produce modificaciones serias en la economía normal de la conciencia. Y,
desde luego, así como hay fenómenos muy útiles en la alteración de conciencia,
hay también fenómenos muy negativos.
Por acción química (gases, drogas y alcohol), por acción
mecánica (giros, respiraciones forzadas, opresión de arterias) y por acción de
supresión sensorial, se pueden producir estados alterados de conciencia.
También por procedimientos rituales y por una puesta en situación gracias a
especiales condiciones musicales, bailes y operaciones devocionales.
Existen los llamados “estados crepusculares de conciencia”,
en los que hay bloqueo de la reversibilidad general y un posterior registro de
desintegración interna. Distinguimos también algunos estados que pueden ser
ocasionales y que bien podrían ser llamados “estados superiores de
conciencia”. Estos pueden ser clasificados como: “éxtasis”, “arrebato” y
“reconocimiento”. Los estados de éxtasis, suelen estar acompañados
por suaves concomitancias motrices y por una cierta agitación general. Los
de arrebato, son más bien de fuertes e inefables registros emotivos. Los
de reconocimiento, pueden ser caracterizados como fenómenos intelectuales,
en el sentido que el sujeto cree, en un instante, “comprenderlo todo”; en un
instante cree no tener diferencias entre lo que él es y lo que es el mundo,
como si el yo hubiera desaparecido. ¿A quién no le pasó alguna vez que de
pronto experimentó una alegría enorme sin motivo, una alegría súbita, creciente
y extraña? ¿A quién no le ocurrió, sin causa evidente, una caída en cuenta de
profundo sentido en la que se hizo evidente que “así son las cosas”?
También se puede penetrar en un curioso estado de conciencia
alterada por “suspensión del yo”. Esto se presenta como una situación
paradojal, porque para silenciar al yo es necesario vigilar su actividad de
modo voluntario lo que requiere una importante acción de reversibilidad que
robustece, nuevamente, aquello que se quiere anular. Así es que la suspensión
se logra únicamente por caminos indirectos, desplazando progresivamente al yo
de su ubicación central de objeto de meditación. Este yo, suma de sensación y
de memoria comienza de pronto a silenciarse, a desestructurarse. Tal cosa es
posible porque la memoria puede dejar de entregar datos, y los sentidos (por lo
menos externos) pueden también dejar de entregar datos. La conciencia
entonces, está en condiciones de encontrarse sin la presencia de ese yo, en
una suerte de vacío. En tal situación, es experimentable una actividad mental
muy diferente a la habitual. Así como la conciencia se nutre de los
impulsos que llegan del intracuerpo, del exterior del cuerpo y de la memoria,
también se nutre de impulsos de respuestas que da al mundo (externo e interno)
y que realimentan nuevamente la entrada al circuito. Y, por esta vía
secundaria, detectamos fenómenos que se producen cuando la conciencia es
capaz de internalizarse hacia “lo profundo” del espacio de representación.
“Lo profundo” (también llamado “sí mismo” en alguna corriente psicológica
contemporánea), no es exactamente un contenido de conciencia. La conciencia
puede llegar a “lo profundo” por un especial trabajo de internalización. En
esta internalización irrumpe aquello que siempre está escondido, cubierto por
el “ruido” de la conciencia. Es en “lo profundo” donde se encuentran las experiencias
de los espacios y de los tiempos sagrados. En otras palabras, en “lo profundo”
se encuentra la raíz de toda mística y de todo sentimiento religioso.
Silo
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