Los humanos actuamos
en el mundo buscando lo que creemos que nos hará feliz.
En está aseveración
es importante reparar en la palabra "creemos".
Cuando tenemos una
creencia sobre algo, esta no se presenta como creencia. Yo creo que mañana iré
a almorzar con un amigo. Esto es un futurible, que puede o no ocurrir. No nos
referimos a este tipo de futuribles cuando hablamos de creencias. Si mañana no
voy a ese compromiso, entiendo que no salió como esperaba. Se trata, en este
caso, de un futurible en que reconozco su probabilidad de ocurrencia. Hablamos
de "creencias" cuando la probabilidad de no ocurrencia de lo que creo
es igual a cero.
Si mañana saliera a
la calle y todo auto que pasara cerca mío se me abalanzara e intentara
arrollarme, tendría varios problemas. El primero, mantenerme a salvo. Pero tan
importante como ese sería aceptar que los automovilistas no son como creo. En
lugar de cuidar a los peatones de no arrollarlos, en lugar de eso, ellos
intentan atropellarlos. Aquí tendría problemas y me resistiría a aceptar que el
mundo no es como antes creí.
Esa creencia (que
todo automovilista cuidará de no atropellar un peatón) no se me presenta como
creencia. Se me presenta como realidad. Si eso no sucede, ¡Vaya si tendría
problemas con mi imagen del mundo! Toda nuestra imagen del mundo es eso: una
imagen. Creencias que tenemos sobre el mundo y las personas.
Pero ellas tienen
para nosotros realidad sicológica. Es decir, las experimentamos como realidad y
no como creencias.
Tal como un sueño lo
experimentamos como real, y sólo sabemos que se trataba de un sueño al
despertar, de igual modo, las creencias operan como realidades y nos damos
cuenta de que se trataba de creencias cuando chocan con acontecimientos que ya
no podemos interpretar. En cierto modo, "despertamos" de esa
creencia. Estábamos ilusionados y ahora ya no, nos des-ilusionamos.
Así, tenemos
creencias de nuestras relaciones afectivas, creemos en el sistema bancario,
creemos en lo que dicen los diarios, la TV, etc.
Tenemos creencias
acerca de nosotros, del comportamiento de los otros y del comportamiento
social. Nos movemos guiados por creencias. Por algún tiempo
actuamos en el mundo
y estas creencias actúan sin hacernos chocar con los acontecimientos. Entonces,
eso va confirmando su valor de verdad.
Pero a menudo
acontece que nuestras creencias fracasan. Dejan entonces de ejercer poder sobre
nosotros y las sustituimos por otras.
No es posible
reconocer una creencia como tal. La experimentamos como realidad y sólo
descubrimos su carácter de modelo de la realidad cuando algún acontecimiento
nos muestra que las cosas no son como "creíamos". Tampoco es posible
reconocer un sueño como tal mientras dormimos. En cambio, cuando despertamos,
desde un nuevo modo de estructurar, sí es posible comprobar que lo vivido en el
momento anterior era un sueño.
Lo que creo que me
hace feliz, no se presenta como una creencia.
Cuando pierdo a mi
amada lo que experimento es la pérdida de la felicidad.
Cuando pierdo mi
dinero y me empobrezco experimento la pérdida de la felicidad y no del dinero.
Cuando pierdo el
poder o el prestigio sucede lo mismo
Desde mi experiencia
inmediata no son creencias sino situaciones objetivas dadoras de felicidad.
La situación de poder
o de fama o de prestigio es un caso particular de las ilusiones que creemos
producen felicidad.
Recuerdo situaciones
en que he comenzado un proyecto social con mucho sentido y humildad. En que
cada paso de avance es pequeño pero de mucha coherencia. La experiencia interna
de hacerlo es de plenitud y felicidad. De pronto el proyecto se hace conocido y
todos lo admiran por lo bien hecho y lo verdadero de como es llevado. Entonces
me regocijo por los aplausos y alabanzas que recibo. Pasa un poco de tiempo y
estoy preocupado por que mas hacer para recibir mas aplausos. Me simpatizan
todos los que hablan bien del proyecto y odio a todos los que hablan mal. Busco
angustiosamente como poderme hacer notar.
El nivel de
sufrimiento empieza a hacerse insoportable y me obliga a meditar. Que falló.
Como algo que comenzó con pureza y verdad me tiene en este estado. Entonces
reconozco que ya hace tiempo que me olvidé del proyecto de sus objetivos y de
su sentido. Ahora solo cumplo la función de hacerme notar, que todos sepan que
soy el descueve, me ha dejado de importar la gente que ese proyecto pretendía
beneficiar, además observo que todo lo tengo que hacer yo solo porque nadie lo
hace tan bien etc.
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Se requiere cierto
entrenamiento para descubrir que ese estado es de sufrimiento y angustia y no
de felicidad. Porque por otra parte, soy reconocido, me dejan pasar primero, me
piden mi opinión que es muy importante, hay interés para juntarse conmigo etc.
Cuando hago algo
válido con dirección y coherencia la experiencia es de felicidad. Pero cuando
recibo un aplauso la experiencia también es de felicidad. Sólo que ésta última
quiero hacerla permanecer, que el triunfo no se escape y la mirada que estaba
puesta en otros, en ayudar a otros, en la felicidad de los otros, súbitamente
se vuelca sobre mí y los otros comienzan a ser instrumentos que utilizo para
conseguir aplausos.
Cuando estoy haciendo
el proyecto social genuinamente, estoy continuamente reflexionando y con
conciencia de mi propia existencia. Sé que no soy indispensable, reconozco el
gusto de mi acción, y se que todo es transitorio y que cuando deje esta vida y
este cuerpo y piense en esto que hoy hago volveré a experimentar felicidad.
Cuando estoy
obnubilado por los aplausos existo sólo bajo la mirada de los otros. Me miro
desde los otros y si los otros olvidan que existo experimento que no existo. En
realidad no sé si existo, no es mi tema. Soy eterno y debo asegurarme la
eternidad haciendo que todos están reconociéndome permanentemente.
La raíz de esto me parece
que tiene que ver que queremos olvidarnos de la provisoriedad de nuestra
existencia y vivir idiotizados como si eso no existiera. Entonces la vida
detrás de los aplausos se torna vacía y sinsentido.
Quiero detenerme en
otro aspecto fundamental. Busco los aplausos y me olvido de que el motivo
original del proyecto era la felicidad de los otros y me olvido que lo estoy
llevando a cabo con muchos otros que van aportando a una obra común.
De pronto los que
antes eran mis pares ya no lo son. Algo ha pasado con ellos que no quiero que
se metan conmigo. Solo necesito su opinión técnica especialista de ese
particular punto para lo que él sirve. Porque no sirve para otra cosa. En
realidad el es un buen tipo es su campo, pero hay que educar esa manía de
meterse en la cosa global.
El otro ser humano
deja de ser humano y pasa a ser una función. Si pudiera reemplazarlo por una
máquina mejor. Es una función para MI proyecto, para MIS aplausos.
Si confundo la
función que cumple una persona en la sociedad, con el ser humano que cumple esa
función, estoy negando su condición de humano, estoy convirtiéndolo en un
instrumento para mis fines, y lo trato del mismo modo que trato a cualquier
objeto. O peor porque mi computador a veces lo trato mejor. Es decir ejerzo
cotidianamente violencia sobre él porque lo he negado en su intención, su
historia, su proyecto y su futuro.
Después nos quejamos
porque aumenta la inseguridad y no nos damos cuenta que cada uno de nosotros
está acelerando el espiral de violencia
social.
Son este tipo de
reflexiones que nos lleva a formular una propuesta social centrada en el ser
humano. Ni dios, ni ley, ni amo por sobre el ser humano.
Cualquier valor que
coloque por sobre él es utilizado por los poderosos para manipularlo y hacerlo
instrumento de sus propios fines. Si es Dios, las iglesias se adueñan de Dios
para dominar al ser humano. Si es una ley, el estado se adueña y si es el
dinero, los bancos se adueñan de él para someter la historia humana a sus
mezquinos designios.
Dario Ergas
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