En vigilia activa, el yo se ubica en las zonas más
externas del espacio de representación, “perdido” en los límites del tacto
externo, pero si hago apercepción de algo que veo, el registro del yo sufre un
corrimiento. En ese momento puedo decirme a mí mismo: “Veo desde mí al objeto
externo y me registro adentro de mi cuerpo”. Aunque estoy conectado con el
mundo externo por medio de los sentidos, existe una división de espacios y es
en el interno donde me emplazo yo. Si posteriormente apercibo mi respiración,
podré decirme a mí mismo: “Experimento desde mí el movimiento de los pulmones,
estoy adentro de mi cuerpo pero no adentro de mis pulmones”. Está claro que experimento
una distancia entre el yo y los pulmones, no solamente porque al yo lo registro
en la cabeza que está alejada de la caja torácica sino porque en todos los
casos de percepción interna (como ocurre con un dolor de muelas o un dolor de
cabeza), los fenómenos estarán siempre a “distancia” de mí como observador.
Pero aquí no nos interesa esta “distancia” entre el observador y lo observado,
sino la “distancia” desde el yo hacia el mundo externo y desde el yo hacia el
mundo interno. Por cierto que podemos destacar matices muy sutiles en la
variabilidad de las posiciones “espaciales” del yo, pero acá estamos resaltando
las ubicaciones diametrales del yo en cada caso mencionado. Y, en esta
descripción, podemos decir que el yo se puede ubicar en la interioridad del
espacio de representación pero en los límites táctiles kinestésicos que dan
noción del mundo externo y, opuestamente, en los límites táctiles cenestésicos
que dan noción del mundo interno5.
En todo caso, podemos usar la figura de una película bicóncava (como límite
entre mundos), que se dilata o contrae y con ello focaliza o difumina el
registro de los objetos externos o internos. La atención se dirige, más o menos
intencionadamente, hacia los sentidos externos o internos en la vigilia y
pierde el manejo de su dirección en el semisueño, el sueño y aun en la vigilia
de los estados alterados, ya que en todos esos niveles y estados la reversibilidad
es afectada por fenómenos y registros que se imponen a la conciencia. Es muy
evidente que en la constitución del yo intervienen no solamente la memoria, la
percepción y la representación, sino la posición de la atención en el espacio
de representación. No se está hablando, por consiguiente, de un yo substancial
sino de un epifenómeno de la actividad de la conciencia.
Este "yo-atención" parece cumplir con la función de
coordinar las actividades de la conciencia con el propio cuerpo y con el mundo
en general. Los registros del transcurrir y de la posición de los fenómenos
mentales se imbrican en esta coordinación a la que se independiza de la misma
coordinación. Y así, la metáfora del "yo" termina por cobrar
identidad y “substancialidad” independizándose de la estructura de funciones de
la conciencia.
Por otra parte, los reiterados registros y reconocimientos de la
acción de la atención se van configurando en el ser humano muy tempranamente, a
medida que el niño dispone de direcciones más o menos voluntarias hacia el
mundo externo y el intracuerpo. Gradualmente, con el manejo del cuerpo y de
ciertas funciones internas, se va robusteciendo la presencia puntual y también
una copresencia en la que el registro del propio yo se constituye en concentrador
y trasfondo de todas las actividades mentales. Estamos en presencia de esa gran
ilusión de la conciencia a la que llamamos "Yo".
Debemos considerar ahora al emplazamiento del yo en los
distintos niveles de conciencia. En vigilia el yo ocupa una posición central
dada por la disponibilidad de la atención y de la reversibilidad. Esto varía
considerablemente en el semisueño, cuando los impulsos que provienen de los
sentidos externos tienden a debilitarse o fluctuar entre el mundo externo y una
cenestesia generalizada. Durante el sueño con imágenes, el yo se internaliza.
Es, por último, durante el sueño vegetativo cuando el registro del yo se esfuma6. Las transformaciones
de los impulsos en los ensueños vigílicos aparecen en las secuencias de
asociaciones libres con numerosas traducciones alegóricas, simbólicas y
sígnicas, que conforman el especial lenguaje de imágenes de la cenestesia. Por
cierto, nos estamos refiriendo a las secuencias imaginarias sin control,
propias de las vías asociativas y no a las construcciones imaginarias que
siguen un desarrollo más o menos premeditado7,
o a las traducciones de los impulsos canalizados en las vías abstractivas que
también se manifiestan como imágenes simbólicas y sígnicas. Los impulsos,
transformándose en distintos niveles, también hacen variar el registro del yo
en la profundidad o superficialidad del espacio de representación. Usando una
figura, podemos señalar que los fenómenos psíquicos se registran siempre entre
coordenadas “espaciales” x e y, pero también con respecto a z,
siendo “z” la profundidad del registro en el espacio de representación. Desde
luego, el registro de cualquier fenómeno se experimenta en la
tridimensionalidad del espacio de representación (en cuanto a altura vertical,
lateralidad horizontal y profundidad de los impulsos, conforme mayor
externalidad o mayor interioridad), cosa que podemos comprobar al apercibir o
representar impulsos provenientes del mundo externo, del intracuerpo, o de la
memoria.
Sin complicarnos con descripciones propias de la Fenomenología,
debemos considerar ahora algunos tópicos estudiados exhaustivamente por ella8. Así, decimos que en
vigilia los campos de presencia y copresencia permiten ubicar los
fenómenos en sucesión temporal, estableciéndose la relación de hechos desde el
momento actual en el que estoy emplazado, con los momentos anteriores de los
que proviene el fluir de mi conciencia y con los posteriores hacia los
que se lanza ese fluir. En todo caso, el instante presente es la barrera de la
temporalidad y si bien no puedo dar razón de él porque al pensarlo sólo cuento
con la retención de lo ocurrido en la dinámica de mi conciencia, su
aparente "fijeza" me permite ir hacia el "atrás" de los
fenómenos que ya no son, o hacia el "adelante" de los fenómenos que todavía
no son. Es en el horizonte de la temporalidad de la conciencia donde se
inscribe todo acontecimiento. Y en el horizonte restringido que fija la
presencia de actos y objetos, siempre estará actuando un campo de
copresencia en el que se conectarán todos ellos.
A diferencia de lo que ocurre en el transcurrir del mundo
físico, los hechos de conciencia no respetan la sucesión cronológica sino que
regresan, perduran, se actualizan, se modifican y se futurizan, alterando al
instante presente. El “instante presente” se estructura por el entrecruzamiento
de la retención y de la protensión. Ejemplificando: un acontecimiento doloroso
imaginado a futuro, puede actuar sobre el presente del sujeto desviando la
tendencia que llevaba su cuerpo en dirección a un objeto previamente querido.
Así, las leyes que se cumplen en la espacio-temporalidad del mundo físico
sufren un desvío considerable en los objetos y los actos mentales. Esta
independencia del psiquismo, por “desviación” de las leyes físicas, hace
recordar la idea de “clinamen” que presentara Epicuro para
introducir la libertad en un mundo dominado por el mecanicismo9.
Dando por comprendida la estructuralidad de la conciencia en la
relación entre los “aparatos” y las diferentes vías por las que circula el
impulso, podemos considerar a éste en sus distintas transformaciones como el
“átomo” básico de la actividad psíquica. Sin embargo, tal átomo no se presenta
aislado sino en “trenes de impulsos”, en configuraciones que dan lugar a la
percepción, al recuerdo y a la representación. De este modo, la inserción de lo
psíquico en la espacialidad externa comienza por los impulsos que, convertidos
en protensiones de imágenes kinestésicas, se desplazan hacia el exterior de la
tridimensionalidad del espacio de representación moviendo al cuerpo. Es claro
que las imágenes cenestésicas y las correspondientes a los sentidos externos
actúan de modo auxiliar (como "señales compuestas"), en todo fenómeno
en el que se va seleccionando y regulando la dirección e intensidad motriz. En
definitiva, en ese fluir de impulsos relativos al tiempo y al espacio de
conciencia, ocurren los primeros eventos que terminarán modificando al mundo.
No es ociosa aquí una reflexión general sobre los hechos en los
que el psiquismo actúa desde y hacia su externidad. Para comenzar, observamos
que los objetos materiales se presentan como espacialidad a la captación
“táctil” de los sentidos externos que diferencian el corpúsculo, la onda, la
molécula, la presión, la termicidad, etc. Para terminar, decimos que estas
“impresiones”, o impulsos externos al psiquismo, ponen en marcha un sistema de
interpretación y respuesta que no puede operar sino en un espacio interno.
Estamos afirmando del modo más amplio que por variación de
impulsos entre “espacios”, el psiquismo es penetrado y penetra al mundo. No
estamos hablando de circuitos cerrados entre estímulos y respuestas, sino de un
sistema abierto y creciente que capta y actúa por acumulación y protensión
temporal. Por otra parte, esta “apertura” entre espacios no ocurre por
franquear las barreras de una mónada10
sino porque la conciencia, ya en su origen, se constituye
desde, en y para el mundo.
Silo
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