¿Qué hace la conciencia
mientras los distintos aparatos trabajan incansablemente? La conciencia
cuenta con una especie de “director” de sus diversas funciones y actividades
que es conocido como el “yo”. Veámoslo así: de algún modo me reconozco a
mí mismo y esto es gracias a la memoria. Mi yo se basa en la memoria y en el
reconocimiento de ciertos impulsos internos. Tengo noción de mi mismo, porque
reconozco algunos de mis impulsos internos que están siempre ligados a un tono
afectivo característico. No sólo me reconozco como yo mismo por mi biografía y
mis datos de memoria; me reconozco por mi particular forma de sentir, por mi
particular forma de comprender. ¿Y si quitáramos los sentidos donde estaría el
yo? El yo no es una unidad indivisible sino que resulta de la suma y
estructuración de los datos de los sentidos y de los datos de memoria.
Un pensador, hace unos cientos de años, observó que podía pensar
sobre su mismo pensamiento. Entonces descubrió una actividad interesante del
yo. No se trataba de recordar cosas, ni se trataba de que los sentidos dieran
información. Es más: ese señor que advertía ese problema, muy cautelosamente
trató de separar los datos de los sentidos y los datos de memoria; trató de
hacer una reducción y quedarse con el pensamiento de su pensar y esto tuvo
enormes consecuencia para el desarrollo de la filosofía. Pero ahora estamos
preocupados por entender el funcionamiento psicológico del yo. Nos
preguntamos: “¿el yo, entonces, puede funcionar aunque saquemos los datos de la
memoria y los datos de los sentidos?”. Veamos el punto con cuidado. El conjunto
de actos por los cuales la conciencia se piensa a sí misma depende de registros
sensoriales internos, los sentidos internos dan información de lo que sucede en
la actividad de la conciencia. Ese registro de la propia identidad de la conciencia
está dado por los datos de sentidos y los datos de memoria, más una peculiar
configuración que otorgan a la conciencia la ilusión de identidad y permanencia
no obstante los continuos cambios que en ella se verifican. Esa
configuración ilusoria de identidad y permanencia es el yo.
Comentemos algunas pruebas realizadas en cámara de silencio.
Alguien se ha colocado allí y ha puesto su cuerpo en inmersión, digamos a
unos 36 grados centígrados (es decir, se
ha colocado en un baño donde la temperatura del medio es igual a la temperatura
de la piel). El recinto está climatizado para lograr que los puntos del cuerpo
que emergen estén humedecidos y a la misma temperatura del líquido. Se ha
suprimido todo sonido ambiental; todo rastro olfatorio; luminoso, etcétera. El
sujeto comienza a flotar en la obscuridad y al poco tiempo empieza a
experimentar algunos fenómenos extraordinarios: una mano parece alargarse
notablemente y su cuerpo ha perdido límites. Pero algo curioso se produce
cuando disminuimos ligeramente la temperatura ambiente del recinto. Cuando disminuimos
en un par de grados la temperatura del medio externo respecto de la temperatura
del líquido, el sujeto siente que se “sale” por la cabeza y por el pecho. En
determinados momentos, el sujeto comienza a experimentar que su yo no está en
su cuerpo, sino fuera de él. Y este enrarecimiento extraordinario de la
ubicación espacial de su yo es debido, precisamente, a la modificación de los
impulsos de la piel en unos puntos precisos (de la cara y del pecho), siendo
que el resto de ellos está totalmente indiferenciado. Pero si se vuelve a
uniformar la temperatura del líquido con la del recinto, comienzan a ocurrir
otros fenómenos. Al faltar datos sensoriales externos, memoria empieza a
arrojar trenes de datos compensando esa ausencia, y se pueden empezar a recoger
datos muy antiguos de memoria. Lo más notable es que esos datos de memoria a
veces no aparecen como normalmente sucede cuando uno recuerda imágenes de su
vida, sino que aparecen “fuera” de la cabeza. Como si esos recuerdos “se vieran
allá, afuera de uno mismo”, como alucinaciones proyectadas en una pantalla
externa. Es claro, no se tiene mucha noción de dónde termina el cuerpo;
entonces tampoco se tiene mucha referencia de dónde están emplazadas las
imágenes. Las funciones del yo se sienten fuertemente alteradas. Se produce una
suerte de alteración de las funciones del yo, por el simple expediente de la
supresión sensorial externa.
Silo
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