Cuando
hablamos de planificación, nos estamos refiriendo a cuestiones de máximo
interés para la dirección de nuestra vida. Existen numerosas técnicas de
planificación que van desde un diagrama de flujo para la elaboración de un
programa computacional hasta la estrategia a desarrollar en una empresa, en la
vida política, social o cultural. Pero no vamos a considerar esos casos sino
aquellos que se refieren a la orientación de vida. En este campo existe
bastante confusión.
Así, por ejemplo, una pareja planifica su futuro:
aspira a una vida plena de comprensión y acuerdo, quiere realizar una
existencia compartida y definitiva. Como estos planificadores son gentes
prácticas, no dejan de calcular cuestiones de ingresos, gastos, etcétera Al
pasar cinco años comprueban que la planificación resultó adecuada. Los ingresos
han sido exitosos y han conseguido numerosos objetos que antes deseaban tener.
Todo lo tangible ha resultado mejor aún que lo previsto.
Nadie en su sano juicio hablaría de un fracaso de
planificación. Pero es claro que habrá que determinar si los intangibles que
eran la base del plan a desarrollar se lograron plenamente. En materia de
prioridades el primario era la vida en pareja, plena de comprensión y acuerdo;
los objetos tangibles eran secundarios necesarios para lograr aquel resultado
en la práctica. Si las cosas fueron de esa manera, el plan vital resultó un
éxito, si las prioridades se invirtieron o el término más importante
desapareció de escena, la planificación concluyó en fracaso. Este es el caso de
una planificación de vida de cierta importancia en la que los elementos
intangibles deben tenerse en cuenta. No ocurre lo mismo con un diagrama de
flujo, ni con una estrategia empresarial.
Finalmente, a nadie se le ocurriría planificar su
vida en estado de ofuscación o alteración, es decir, en estado de compulsión
interna evidente. Llevando el ejemplo a lo grotesco, digamos que todo el mundo
comprende que ciertas planificaciones pueden salir más o menos bien aún en
estado de ebriedad, pero no parece el más adecuado nivel de conciencia a los
efectos de proyecciones razonables a mediano y largo plazo. En otras palabras,
en una planificación adecuada será conveniente comprender desde
"donde" se la hace, cuál es la dirección mental que traza el camino
del plan. ¿Cómo no preguntarse si una planificación está dictada por las mismas
compulsiones que hasta el momento han guiado numerosos desaciertos en la
acción? Concluyamos con la planificación de la vida desde un punto de vista
integral: deben estar claramente expuestas las prioridades; ha de distinguirse
entre tangibles e intangibles a obtener; se fijarán plazos e indicadores
intermedios y, desde luego, convendrá aclarar cuál es la dirección mental desde
la que se lanza el proyecto, observando si se trata de una compulsión o de un
razonable cálculo ajustado a la consecución del objetivo.
L. A. AMMANN
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