La conciencia frente al
mundo tiende a compensarlo estructuradamente mediante un complejo sistema de
respuestas. Algunas respuestas llegan al mundo objetal directamente (expresadas
a través de los centros), pero otras quedan en la conciencia y llegan al mundo
indirectamente por alguna manifestación de conducta. Estas compensaciones de la
conciencia tienden a equilibrar el medio interno respecto del externo. Tal
vinculación se establece por exigencias, encontrándose el individuo urgido a
responder a un mundo complejo: natural, humano, social, cultural, técnico,
etcétera. Surge el “núcleo de ensueño” como una respuesta compensatoria importante
y los “ensueños secundarios” como respuestas particulares a esas exigencias.
Los ensueños son visualizables como imágenes, no así el núcleo que se percibe
como un clima alusivo mientras se va conformando con el tiempo y va ganando
en poder de dirección de las tendencias, de las aspiraciones personales. En
la etapa de desgaste del núcleo de ensueño, cuando cesa de dirigir al
psiquismo, se pueden observar las formas e imágenes que ha adoptado. Por esto,
el núcleo es más fácil de registrar tanto al comienzo como al fin de su
proceso, no así en su etapa media que es aquella en la cual más dirige la
actividad psíquica. Se da la paradoja de que el ser humano no percibe aquello
que más determina su conducta, al estar operando el núcleo como trasfondo que
responde totalizadoramente a las múltiples exigencias de la vida cotidiana.
El núcleo de ensueño rige las aspiraciones, ideales, e ilusiones
que en cada etapa vital van cambiando. Tras estos cambios o variaciones en el
núcleo, la existencia se orienta en otras direcciones y se producen concomitantemente
cambios en la personalidad. Este núcleo se desgasta individualmente, como
se desgastan los ensueños epocales que dirigen la actividad de toda una
sociedad. Mientras que por una parte el núcleo da una respuesta general a las
exigencias del medio, por otro compensa las deficiencias y carencias básicas de
la personalidad, imprimiendo una determinada dirección a la conducta. Esta
dirección puede ponderarse según se encamine o no en la línea de la adaptación
creciente. Los ensueños y el núcleo imprimen a la conciencia su sugestionabilidad
produciendo ese característico bloqueo de la crítica y autocrítica propio de
los niveles infravigílicos. Por esto es inútil toda confrontación u oposición
directa a la sugestión del núcleo de ensueño ya que este termina reforzando su
compulsión. La posibilidad de producir un cambio de dirección hacia una línea
evolutiva, está en realizar modificaciones graduales. El núcleo puede regresar
o puede fijarse. En el primer caso el psiquismo vuelve a etapas anteriores,
aumentando los desacuerdos entre procesos y situación en el medio. En el
segundo caso, cuando el núcleo se fija, va desvinculando al individuo de su
medio produciendo una conducta que no se ajusta a la dinámica de los acontecimientos.
El núcleo de ensueño lanza al ser
humano en persecución de espejismos que al no cumplirse producen estados
dolorosos (des-ilusiones), mientras que los cumplimientos parciales producen
situaciones placenteras. Así descubrimos que en la raíz del sufrimiento
psicológico están los ensueños y su núcleo. Es en los grandes fracasos, al caer
las expectativas y desvanecerse los espejismos, cuando surge la posibilidad
de una nueva dirección de vida. En tal situación queda al descubierto ese “nudo
de dolor”, ese nudo biográfico que durante tanto tiempo sufrió la conciencia.
Silo
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