“Cuando
nacemos todos nos hallamos desvalidos e impotentes, y sin el cuidado y el
afecto que recibimos entonces, no habríamos sobrevivido. Puesto que
los moribundos son igualmente incapaces de valerse por si mismos, deberíamos
aliviar su malestar y asistirlos para que mueran con serenidad.
Muchas
veces comprobamos que no se nos da casi ninguna idea acerca de cómo
ayudar a un ser cercano que enfrenta más evidentemente la muerte, no
se nos alienta a pensar en su futuro, en cómo va a continuar y en cómo
podemos seguir prestándole ayuda.
Los
cuidados prácticos y afectivos no bastan; las personas que se
hallan conscientes de que están a las puertas de la muerte
necesitan amor y cuidado, pero también necesitan algo todavía
más profundo. Necesitan descubrirle un sentido auténtico
a la muerte y a la vida. Sin ello ¿cómo
podemos abrirle el futuro? La ayuda a las personas cuya muerte es más
evidente, ha de incluir la posibilidad de cuidados espirituales, ya que sólo
con el conocimiento espiritual podemos afrontar realmente la muerte y
comprenderla.
Aquí
lo principal es evitar todo aquello que perturbe la mente de la “persona
que va a partir”. Al asistir a una persona moribunda, nuestro primer
objetivo es infundirle serenidad, lo que se puede conseguir de muchas maneras.
Una persona que esté familiarizada con las prácticas
espirituales puede sentirse estimulado y alentado si le recuerdan estas prácticas,
pero incluso la simple atención afectuosa puede generar una
actitud serena .
Todos
necesitamos asistencia emocional, es importante aprender a contener
amorosamente, a recibir sin condiciones, a no asustarse ante los contenidos erráticos
y demoledores del enfermo, de responder con empatía a su necesidad de ser acompañado,
escuchado y comprendido. Todo esto representa una garantía,
una confianza en el hecho de que aunque se debe morir solo, se cuenta con una
presencia tranquilizadora que no nos abandonará.” (
Soygal Rympoché, 1992)
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