martes, 14 de mayo de 2013


EL ARTE DEL BIEN MORIR
...Cómo prepararnos para nuestra propia Muerte

Actuar en Presencia de la Finitud: Una oportunidad para crecer interiormente

A pesar de los avances de la ciencia y la medicina, nada puede hacerse para evitar el destino de la  muerte del cuerpo (por ahora). Ese es el destino de todo cuerpo, por joven, viejo, lindo o feo, sano o enfermo. Se muere y punto.

Para empezar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella; tengámosla presente en nuestros pensamientos. No sabemos dónde nos espera así pues esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo. Quien muere antes de morir no morirá jamás, dice Silo.

Muchas enseñanzas nos dicen que lo que ocurre en nuestra mente ahora, durante la vida, es exactamente lo que ocurrirá durante la muerte, puesto que en esencia no existe ninguna diferencia; la vida y la muerte son una misma cosa, una totalidad interrumpida.

Mi madre me explicó alguna vez que aquí hay dos opciones:  convertirse o en un viejo sabio, o en un viejo amargado.....Existe la opción de que la última etapa de la vida, por sus mismas características de ser más lenta, menos eficaz, menos externa...nos acerque a la verdadera sabiduría...uno podría pensar que la vida nos va despojando de todo hasta quedarnos con lo único que podrá trascender: el espíritu, siempre y cuando elijamos el camino de la sabiduría y no el de la amargura. Al no poder priorizar el hacer, podemos optar  por vivir hacia adentro, por explorar, por compartir, por recordar, por realizar mejores obras, por cultivar el espíritu, por aglutinar a la familia, escribir o leer, construir un nuevo y último significado para la vida.

Existe la posibilidad de encontrarle un sentido a la muerte, replantearse lo espiritual, reencontrarse con un Dios olvidado o abrir paso a la reflexión y a la revisión interior de muchas creencias, para quedarnos sólo con aquellas creencias que nos abran el futuro.

Es evidente que a la mayoría de nosotros nos gustaría tener una muerte apacible, pero también está claro que no podemos esperar una buena muerte si nuestra vida ha estado llena de violencia, si nuestra mente ha estado agitada principalmente por emociones como la ira, el apego o el miedo. Por lo tanto, si deseamos morir bien, hemos de aprender a vivir bien, para ello debemos cultivar la paz en nuestra mente y en nuestra manera de vivir

Mediante la repetida familiarización con los procesos  de la muerte por medio de la meditación, un meditador experimentado puede aprovechar su muerte para alcanzar una gran realización espiritual.


Para una persona que verdaderamente se haya preparado, la muerte puede llegar no como una derrota sino como un triunfo, el momento más glorioso que corona toda la vida.

Reflexionar sobre la muerte tiene por objeto producir un auténtico cambio en lo mas hondo del corazón. Contemplar la muerte no tiene por qué ser morboso ni terrorífico. ¿Por qué no reflexionar sobre la muerte inspirados, relajados y cómodos, ya sea echados en la cama, cuando estamos de vacaciones o mientras escuchamos una música que nos agrada especialmente? ¿Por qué no reflexionar sobre la muerte cuando estamos felices, sanos, confiados y seguros?

¿Recuerdo en todo momento que estoy muriendo y que todas las demás personas y cosas también están muriendo, de modo que las trato con compasión?

El fruto de una reflexión frecuente y profunda sobre la muerte será una sensación de emerger, muchas veces con una cierta repugnancia, de los comportamientos habituales.

La codicia, el aferramiento, es la fuente de todos nuestros problemas.. Aprender a vivir es aprender a desprenderse. Y esta es la tragedia y la ironía de nuestra lucha por retener: no sólo es imposible, sino que nos provoca el mismo dolor que intentamos evitar.

Cuanto más reflexionamos, más desarrollamos una actitud de desprendimiento; es entonces cuando se produce un cambio en nuestra manera de verlo todo....Un buen ejemplo a seguir es el de los tibetanos corrientes que al llegar a lo que llamaríamos la edad de la jubilación suelen concentrarse en la práctica espiritual y a entrenarse para la muerte, en un intento de facilitar la entrada a la ciudad de la luz. Ahora bien, es mejor no esperar a esa edad, ¿quién sabe si no nos llega antes?

¿Cómo trabajar para vencer el apego? El desprendimiento es el camino que lleva a la auténtica libertad.

Así como las olas no causan ningún sufrimiento a las rocas al chocar con ellas, sino que las erosionan y esculpen dándoles bellas formas, también los cambios y la presencia de la muerte puede moldear nuestro carácter y suavizar nuestras aristas. Si trabajamos bien este tema, nuestra confianza en nosotros mismos puede ir en aumento y puede llegar a ser tan grande  que la bondad y la compasión empiezan a emanar desde nosotros y a llevar la alegría a los demás. Esta bondad es lo que sobrevive a la muerte, una bondad fundamental que está en todos nosotros. Nuestra vida entera es una enseñanza sobre cómo descubrir esta poderosa bondad y un entrenamiento para realizarla.

Así cada vez que las pérdidas y decepciones de la vida nos dan una lección sobre que nada es permanente, nos llevan mas cerca de la verdad. Cada caída no es en absoluto un desastre sino una posibilidad de descubrimiento de un refugio interior. La práctica espiritual es necesaria para avanzar en esta dirección, ya que correctamente utilizados los obstáculos y dificultades a menudo pueden resultar una fuente inesperada de energías. En las biografías de los maestros y de gente común  se observa  con frecuencia que de no haber enfrentado obstáculos y dificultades no habrían descubierto la fuerza, la sabiduría, ni los recursos internos que necesitaban para superarlos. ¡Y que mayor dificultad u obstáculo que la imágen de nuestra muerte! (Roygal Rimpoché, 1994)


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