SILO y su declaración:
Declaro ante ustedes mi fe y
mi certeza de experiencia respecto a que la muerte no detiene
el futuro, que la muerte por lo
contrario modifica el estado provisorio de nuestra existencia
para lanzarla hacia la trascendencia inmortal. Y no impongo mi certeza ni mi
fe y convivo con aquellos que se encuentran en estados diferentes respecto del
sentido, pero me obligo a brindar
solidariamente el mensaje que
reconozco hace feliz
y libre al ser humano. Por ningún
motivo eludo mi responsabilidad de
expresar mis verdades aunque tales fueran discutibles por quienes experimentan la provisoriedad de
la vida y el absurdo de la muerte.
Por otra parte, jamás pregunto a otros por
sus particulares creencias y, en todo
caso, aunque defino con claridad mi posición respecto a este punto, proclamo para todo ser humano la libertad de
creer o no creer en Dios y la libertad de creer o no creer en la inmortalidad.
Entre miles y miles de mujeres y hombres que codo
a codo, solidariamente, trabajan
con nosotros, se
suman ateos y creyentes,
gentes con dudas y con certezas y a nadie se pregunta por su fe y todo
se da como orientación para que decidan por sí
mismos la vía que mejor aclare el sentido de sus vidas.
No es valiente dejar de
proclamar las propias certezas,
pero es indigno de la verdadera
solidaridad tratar de imponerlas.
Acerca de la Inmortalidad
Mario Rodríguez,
Silo nos dice : “He hablado con muchos amigos,
les he preguntado –y a ver dime- qué
es para ti la inmortalidad? ¿qué
dices tú que es la inmortalidad? Y me han respondido
distintas cosas. Unos me han dicho: para mí la inmortalidad es esto que
no acaba con la muerte, yo muero pero algo sigue en mis hijos. Interesante!
Otros han dicho: yo pongo en
marcha acciones y las acciones siguen más allá
de mi muerte. Eso también es muy interesante! Y
entonces cómo dicen que todo se acaba con la muerte! Si no se
acaban ni los contratos de arriendo! Siguen cosas, siguen muchas cosas! Continúan
las cosas! Para bien y, desgraciadamente, para mal.
Cuántas
cosas vivimos y sufrimos que arrancaron hace mucho tiempo y que todavía
llegan hasta nosotros. Es bastante más serio de lo que se piensa
esto de que las acciones humanas no se paran simplemente con la muerte. Así
me dijo uno: siguen en mi hijo, otro me dijo: siguen en las cosas que hice.
Otro me dijo: siguen en la memoria de la gente, interesante, en la memoria de
la gente permanezco. Y hubo alguien que me dijo: sigo personalmente, con mi
alma, con mi espíritu, como se le llame.
¿Y
tú que dices?, me dijeron ellos. Yo digo que todo lo
que piensa la gente sobre eso es legítimo y que yo simplemente
destaco la importancia de ese tema. Y en eso estamos todos de acuerdo, el tema
es importante. Pero usted lo resuelve de un modo y otro lo resuelve de otro y
libremente interpretamos eso, y libremente damos nuestra opinión
sobre ese particular.
Es importante para la vida
de una vez por todas decidir qué piensa uno de estas cosas,
porque según piense uno una cosa u otra, su vida se va a
orientar de distinta manera. Si yo pienso que todo termina con la muerte, todo
se relativiza, todo es igual, puedo hacer cualquier cosa y me pueden hacer
cualquier cosa. Si yo pienso que mis acciones continúan
en la memoria, en mis hijos, en distintos objetos que he producido, que he
movido y demás, no es indiferente lo que yo haga con mi vida, no
es cualquier cosa lo mismo que cualquier otra cosa.
A lo largo de la historia,
los santos y los místicos han adornado sus
percepciones con distintos nombres y le han conferido distintos rostros e
interpretaciones, pero lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la
naturaleza esencial de la mente. Los cristianos y los judíos
la llaman Dios; los hindues el Yo, Shiva, Brahman y Vishnu; los místicos
sufies la llaman la Esencia Oculta y los budistas la naturaleza del buda. En el
corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de
que existe una verdad fundamental y que esta vida en su condición
de finita constituye una oportunidad sagrada para evolucionar y conocerla.
La opción
de alcanzar la lucidez de la mente podría compararse con el cielo y el
semisueño o confusión de la mente con las nubes.
Cuando estamos en tierra mirando hacia lo alto, se nos hace muy difícil
creer que haya algo más que nubes. Sin embargo, sólo
hemos de remontarnos en un avión para descubrir sobre ellas
una expansión ilimitada de transparente cielo azul. Desde allí
arriba, las nubes que suponíamos lo eran todo parecen minúsculas
y remotas.
Se nos ha educado en la
creencia de que sólo es real aquello que podemos
percibir con los sentidos ordinarios. Sin embargo todos hemos tenido sospechas
de algo trascendente y sagrado, algo que no se ve, ni se toca, quizás
inspirados por alguna composición musical por la serena
felicidad que a veces nos inspira la naturaleza, por la simple meditación
o por la situación más
ordinaria de la vida cotidiana
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