Se
ha estudiado la autobiografía poniendo un poco de orden en los recuerdos
significativos de numerosos hechos ocurridos en la propia vida. Se han
considerado los accidentes, las repeticiones y los desvíos de proyectos
acontecidos en diferentes momentos. Ahora bien, hemos nacido en una época en la
que existían vehículos, edificios y objetos en general, propios de aquel
momento; también existían ropas y aparatos de los que disponíamos casi
cotidianamente. Era un mundo de objetos tangibles que se fue modificando a
medida que pasaron los años. Al echar una mirada a los diarios y revistas, a
las fotografías, a las películas y a los videos que atestiguan aquello, comprendemos como ha cambiado nuestro mundo en estos años.
Cualquier ciudadano puede disponer de una formidable documentación para
retrotraerse a la década o año de su interés. Cotejando, descubrimos que muchos
objetos que formaron parte de nuestro medio infantil ya no existen. Otros han
sido tan modificados que se nos tornan irreconocibles. Por último, han sido
producidos nuevos objetos de los que no se tenían antecedentes en aquella
época. Basta recordar los juguetes con los que operábamos, basta compararlos
con los juguetes de los niños de hoy, para entender el cambio de mundo
producido entre dos generaciones.
Pero también reconocemos que ha cambiado el mundo
de objetos intangibles: los valores, las motivaciones sociales, las relaciones
interpersonales, etcétera. En nuestra infancia, en nuestra etapa de formación,
la familia funcionaba de un modo diferente al actual; también la amistad, la
pareja, el compañerismo. Los estamentos sociales tenían una definición
diferente. Lo que se debía hacer y lo
que no (es decir, la normativa epocal), los ideales personales y grupales a
lograr, han variado considerablemente.
En otras palabras: los objetos tangibles e
intangibles que constituyeron nuestro paisaje de formación, se han modificado.
Pero he aquí que en este mundo que ha cambiado, mundo en el que opera un
paisaje de formación diferente para las nuevas generaciones, tendemos a operar
en base a intangibles que ya no funcionan adecuadamente.
El paisaje de formación actúa a través nuestro
como conducta, como un modo de ser y de movernos entre las personas y las
cosas. Ese
paisaje también es un tono afectivo general, una
"sensibilidad" de época no concordante con la actual.
La generación que hoy se encuentra en el poder
(económico, político, social, científico, artístico, etcétera.) ha sido formada
en un paisaje diferente al actual. Sin embargo, actúa en éste e impone su punto
de vista y su comportamiento como "arrastre" de otra época. Las
consecuencias de la no concordancia generacional, están hoy a la vista. Podrá
argumentarse que la dialéctica generacional siempre ha operado y que eso es,
precisamente, lo que dinamiza a la historia humana. Desde luego que ese es
nuestro punto de vista. Pero aquí lo que estamos destacando es que la velocidad
de cambio se está acelerando cada vez más y que estamos en presencia de un
ritmo vital muy diferente al que se sostenía en otras épocas. Con sólo mirar el
avance tecnológico y el impacto de las comunicaciones en el proceso de
mundialización, comprendemos que en nuestra corta vida ha ocurrido una
aceleración que supera a centurias completas de cualquier otro momento
histórico.
Así nos encontramos con el tema del paisaje de
formación y con este momento en el que nos toca actuar. Advertirlo parece
importante en este proceso de adaptación creciente que necesitamos; trabajarlo
parece tarea urgente; compartir con otros estas reflexiones parece vital para
la salud mental de todos.
Reconsideremos pues
nuestro anterior estudio autobiográfico y veamos ahora el paisaje en el que nos
formamos. No el paisaje de aquella época en general, sino el paisaje de nuestro
medio inmediato. De este modo estaremos ampliando el punto de vista de una
autobiografía un tanto subjetiva, para convertirla en una autobiografía
situacional en la que el "yo" personal es en verdad una estructura
con el mundo en el que existe
. L. A. AMMANN
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