A veces quizás nos sintamos tentados a
imponer una receta espiritual. Evitemos ceder a esa tentación, sobre todo si sospechamos
que no es lo que desea la persona que está en proceso de muerte evidente. Nadie quiere ser rescatado con las
creencias de otro. Recordemos que no es nuestra
tarea convertir a nadie a nada, sino ayudar a la persona que tenemos
delante a ponerse en contacto con su propia fuerza, fe, espiritualidad, sea cual
fuere
Una
de nuestras grandes aspiraciones en el proceso de ayudar al que muere, es el
logro de esa bella escena junto al lecho de muerte, libre de juicios, llena de
amor y suave dolor, con paz en el corazón y luz en el entendimiento.
Desgraciadamente, con frecuencia ese momento no coincide con esa imagen. Con
frecuencia estamos destrozados por la culpa, angustiados por duros juicios
contra nosotros y contra el que está partiendo. ¿
Cómo perdonarnos por no poder olvidar el mordaz
sarcasmo que nos hizo recientemente el moribundo o por haber deseado que
muriera antes ¿cómo pude?. Algunos nos culpamos
de no haber hecho lo suficiente. “mi hermana merecía
más de lo que pude darle, mi padre no debería
haber pasado todo eso y yo no hice nada por impedirlo. Otros culpamos al
moribundo; queremos que haga “lo correcto”
¿Por qué no medita?. Debería
estar llena de amor y luz; porqué no lucha más;
por qué no se arrepiente; por qué
decidió morirse ahora. Los seres humanos tendemos a la
autorreferencia. Poco a poco desde la infancia, época en que nos consideramos
el sol y a nuestros padres los planetas que giran a nuestro alrededor, nuestra
visión de la realidad se va ampliando, pero mantiene
destellos de ese egocentrismo. Por eso nos juzgamos a veces con mucha dureza a
nosotros y al moribundo. Debemos poner cuidado en no imponer al moribundo
nuestra mirada de criterios sobre cómo debería
morir; de igual modo tampoco imponernos a nosotros una serie de deberes acerca
de cómo debemos comportarnos en nuestra condición
de testigos. Es preciso no perder un tiempo precioso ante el lecho de muerte en
evaluaciones y culpas. (Sogyal Rimpoché,
1994)
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