“Los
niños sí viven el duelo. Un niño
o niña, en cualquier edad, percibe y registra la muerte
de alguien afectivamente cercano.
Sería importante considerar que
el niño necesita una
suerte de “educación para las pérdidas” a través de las primeras
confrontaciones de un niño con la muerte de una pajarito, rana o gatito. En esos momentos es más fácil responder sus preguntas
que cuando el niño tiene que enfrentarse al desafío emocional de tener una mamá o papá muerto. Al niño no le basta oír que todo lo vivo debe
morir. El quiere saber cómo se siente estar muerto, qué le pasará al pajarito y al abuelo. Se
pregunta a dónde van los muertos o su alma, si el pajarito tiene alma, por qué pasa todo esto etc.
El niño no necesita que le
expliquen en incomprensibles peroratas de adulto el concepto de muerte, sino
que oigan sus inquietudes, que le escuchen sus temores y fantasías, y si se trata de la
muerte de alguien cercano, que se le asegure que no será abandonado, que se le
asegure que será cuidado y protegido, que él no tuvo ninguna culpa.
La tendencia hasta ahora ha
sido separar a los niños de sus padres o distraerlos o alejarlos mientras pasa el entierro y los
primeros días de dolor intenso. Pero el ocultamiento del hecho les causa mucha
ansiedad, confusión y desconcierto. Tarde o temprano ellos se dan cuenta y resisten el hecho
de haber sido dejados de lado subestimando su capacidad de participar en los
momentos de dolor familiar. Eso si que, si se hace participar a un niño de un funeral es importante
prepararlo previamente; explicándole cuidadosamente lo que va a presenciar y el porqué del ataúd, de la ceremonia, del
llanto...etc. Esta conversación debe ser hecha por alguien afectivamente cercano y en el momento del
funeral, no debe dejársele sólo, hay que llevarlo de la mano e ir explicándole el sentido de lo que va presenciando. Es importante separar la imagen
del que él recuerda del
cuerpo que se está enterrando, aclararle qué esa persona que él recuerda ya no está ahí. De otra
manera, el entierro se convertirá en una actividad cruel, macabra y aterrorizante.
Es importante que se le
permita e incentive al niño a despedirse. Por ejemplo, hablarle de que la va a echar de menos, que la
llevará en su corazón y que cada vez que cierre
los ojos la sentirá cerca...o que puede escribirle una carta secreta o ponerle un osito o
cualquier objeto significativo para él dentro del ataúd...para que se lleve algo suyo...Al regresar a casa pueden encender una
vela especial un rato para recordar y pensar ....Esos sencillos rituales
ayudan...
Del mismo modo será importante hacerlos
participar en el deshacer la habitación de alguien que murió, tomarlos en cuenta y consultarlos hasta cierto límite, preguntarles si les
gustaría guardar como
recuerdo o tesoro muy especial algo de la persona que partió
En términos de ver o no el cadáver de un ser querido, no se
recomienda forzarlos, pero cuando ellos quieren hacerlo, ver el cuerpo es útil tanto para los adultos
como para los niños porque confiere una innegable sensación de finalidad, de realidad de la muerte del cuerpo. A algunos les queda la
evidencia que aquella persona que recuerdan ya no está en ese cuerpo. Si los
adultos no les transmitimos la imagen de algo feo o morboso, ellos no lo verán así..
Muchas instituciones han
intentado convencer a la comunidad escolar acerca de la importancia de incluir
el tema de las pérdidas y la muerte en sus prioridades educativas, pero la respuesta ha sido
muy pobre. Esta educación para la muerte y las pérdidas es en el fondo una educación para la vida. No existen vacunas contra el dolor emocional, y aunque ningún programa educativo podrá evitar la pena que causa una
pérdida, sí es posible-en una comunidad
educativa preparada de antemano para afrontar sanamente las experiencias de pérdida, reducir los efectos
nocivos y las secuelas emocionales prevenibles del contacto con la muerte en
cualquiera de sus formas: accidental, natural repentina o anticipada, suicidio
u homicidio. Se puede educar a las personas a “desposeer” a aprender a desapegarse y despedirse de manera más sana.” (Isa Fonnegra de
Jarmillo, 2001)
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