Depender de
la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de
automutilación psicológica donde el amor propio, el autorespeto y la esencia de
uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está
presente, entregarse, más que un acto de cariño desinteresado y generoso, es
una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de
preservar lo bueno que ofrece la relación. Bajo el disfraz del amor romántico,
la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable
hasta convertirse en un anexo de la persona "amada", un simple
apéndice.
Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto.
"Mi existencia no tiene sentido sin ella",
"Vivo por y para él",
"Ella lo es todo para mí",
"El es lo más importante de mi vida",
"No se qué haría sin ella",
"Si él me faltara, me mataría",
"Te idolatro",
"Te necesito",
en fin, la lista de este tipo de expresiones y "declaraciones de amor" es interminable y bastante conocida.
En más de una ocasión las hemos recitado, cantado, escrito o, simplemente, han brotado sin pudor alguno de un corazón palpitante y deseoso de comunicar afecto. Pensamos que estas afirmaciones son muestras del más puro e incondicional de los sentimientos.
De manera contradictoria, la tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista:
el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción.
Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida,
la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente,
no son lo más recomendable.
La epidemiología del apego es abrumante. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que
Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto.
"Mi existencia no tiene sentido sin ella",
"Vivo por y para él",
"Ella lo es todo para mí",
"El es lo más importante de mi vida",
"No se qué haría sin ella",
"Si él me faltara, me mataría",
"Te idolatro",
"Te necesito",
en fin, la lista de este tipo de expresiones y "declaraciones de amor" es interminable y bastante conocida.
En más de una ocasión las hemos recitado, cantado, escrito o, simplemente, han brotado sin pudor alguno de un corazón palpitante y deseoso de comunicar afecto. Pensamos que estas afirmaciones son muestras del más puro e incondicional de los sentimientos.
De manera contradictoria, la tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista:
el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción.
Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida,
la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente,
no son lo más recomendable.
La epidemiología del apego es abrumante. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que
no tiene ni
pies ni cabeza. "El sentimiento de amor" es la variable más
importante de la ecuación interpersonal amorosa, pero no es la única. Una buena
relación de pareja también debe fundamentarse en el respeto, la comunicación
sincera, el humor, la sensibilidad, y cien adminículos más de supervivencia
afectiva.
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