En tu cerebro hay un dispositivo que puede salvarte la
vida... o arruinártela. Su
funcionamiento sano da lugar
a algo que, aunque suene a sabiduría adquirida, en verdad nos viene escrito en
el instinto: la prudencia.
Esta palabra viene de "pro-videncia": "ver por adelantado lo que
podría suceder" ("pre-ver", "pre-venir"). Tal
anticipación permite que tomemos medidas para, eventualmente, protegernos.
PERO... aunque todos los animales tienen este
dispositivo, en el mamífero humano sucede algo especial: la capacidad de imaginación puede
DESAJUSTAR su mecanismo, creando así auténticas películas
de terror de las que somos guionistas... y desesperado público.
En mecánica, si una pieza queda suelta, moviéndose sin sentido, se dice que
"gira loca". De allí la aplicación de este término a lo psicológico.
Cuando los miedos utilizan el combustible de la
imaginación... arden! Y el mecanismo instintivo auto-protector
"se vuelve loco". Además, con diversos intereses ocultos o no, algunos
difusores sociales, en vez incentivar a la prudencia
son propulsores del miedo, con
datos incorrectos, estadísticas parciales, rumores sin confirmar, profecías
paralizantes... Así se vuelven directores de
nuestra aterradora película, agregándole efectos especiales, personajes
siniestros y un guión fatal. ¿Resultado? Ya NO prudencia, sino conductas compulsivas que nos
impiden ser eficaces, solidarios, y genuinamente auto-cuidadosos.
Esto genera lo que llamamos stress por imaginación
sobreestimulada. Las Neurociencias saben que cada imagen
aterradora auto-creada segrega las mismas sustancias internas que una amenaza
real, enfermándonos. Necesitamos gestar momentos de SILENCIO y QUIETUD que nos
desintoxiquen de esa polución interior. Así podremos ejercer lo que los
orientales llaman Viveka: la
capacidad de discernir.
Qué temores nacen de nuestra imaginación desbordada? Cuándo minimizamos lo que
sucede y cuándo estamos siendo sensatos? Quiénes nos ayudan a tomar recaudos
inteligentes y quiénes a confundirnos? O sea: calmar a nuestro animalito interno asustado para que
el miedo en sí mismo no resulte un virus psicológico.
PROBARSE A SI MISMO
Algunos sabios de la antigüedad
utilizaban una expresión impregnada de hondura: Camino de Probación. Su
significado alude al despliegue interno que se genera en quien decide
enfrentar el dolor para volverse una persona más lúcida, más compasiva, más
íntegra... Convertirá la ocasión en un instrumento que le permita penetrar
más allá de lo superficial de sí mismo y saber de qué está hecho, cuál es su
verdadera naturaleza, qué rincones internos aún desconoce; como quien prueba
una fruta luego de haberla calado hasta su pulpa, se probará a sí mismo:
¿cuál es su real grado de madurez?; ¿cómo es el sabor de su propia dulzura, la
aspereza de su propio amargor?...
El tiempo de adentrarse en la Prueba y transitarla suele resultar árido y de
una extraordinaria soledad (aunque otros nos acompañen). El evento disparador
puede ser una enfermedad, un accidente, una muerte, una separación, el
exilio... pero también podría serlo un proceso íntimo hasta cierto punto
independiente de los eventos externos: el hacer contacto con viejas heridas
que insistentemente emergen en el pecho, o el confrontar rasgos nuestros que
habíamos evitado ver, el decir "basta" a situaciones de comodidad en
las que nos habíamos sobreadaptado, o el VER lo que durante mucho tiempo
negamos obstinadamente...
Como en las leyendas, nadie puede atravesar la oscuridad del bosque en
nuestro lugar; y uno de los principales riesgos de esta travesía es
susurrarse a sí mismo que no se trata de UN TRAMO de la vida, sino que TODA
nuestra vida es, fue y será así. ¡Cuidado! Dar cabida a este hechizo del
pensamiento podría ser fatal. En cambio, si estamos despiertos
hallaremos una zona interna que es capaz de no perder la serenidad, y de
reconocer las ayudas que puedan aparecer. Quien se dispone a extraer
conocimiento del dolor, se sorprenderá al encontrar recursos impensados, dentro
y fuera de sí, que le permitan salir hacia la luz. Y quizás luego
recordarle a otros que ninguna oscuridad es definitiva si se sigue en el
Camino. Así lo dijo el poeta español contemporáneo Antonio Colinas:
LA PRUEBA
Mira: a punto estás de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.
Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que enturbia la mirada.
Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Mira mucho hacia arriba y no te olvides
de que este tiempo nuestro va pasando
como la hoz por el trigo.
Allá arriba, en las ramas,
no hay luces que te cieguen si es de día.
Y si fuese de noche,
la negrura más honda la siembran faros ciertos.
Todo lo que está arriba guía siempre.
Mira, te espera el bosque impenetrable.
Recuerda que la senda que lo cruza
-la senda como río que te lleva-
debe ser dulce cauce y no boa untuosa
que repta y extravía en la maraña.
Que te guíe la música que dejas
-la música que es número y medida-
y que la más alta música te saque,
al fin, tras dura prueba, a mar de luz.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.
Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que enturbia la mirada.
Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Mira mucho hacia arriba y no te olvides
de que este tiempo nuestro va pasando
como la hoz por el trigo.
Allá arriba, en las ramas,
no hay luces que te cieguen si es de día.
Y si fuese de noche,
la negrura más honda la siembran faros ciertos.
Todo lo que está arriba guía siempre.
Mira, te espera el bosque impenetrable.
Recuerda que la senda que lo cruza
-la senda como río que te lleva-
debe ser dulce cauce y no boa untuosa
que repta y extravía en la maraña.
Que te guíe la música que dejas
-la música que es número y medida-
y que la más alta música te saque,
al fin, tras dura prueba, a mar de luz.
Autores: Virginia Gawel & Eduardo Sosa ã, Directores del Centro Transpersonal de Buenos Aires,
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