domingo, 12 de mayo de 2013

CONVIENE CAMBIAR



Nuestras vidas se resumen a constantes cambios. Todo gira: la tierra, la moda, el trabajo, la política, el dinero y hasta el amor.
De hecho, cuando nos enamoramos, por citar sólo un ejemplo, el primer gran atractivo es lo nuevo que apreciamos en ese ser que recién conocemos y que, sin explicación aparente, nos llega directo al corazón. Tanto, que nos hace cambiar.
No en vano escuchamos a muchas novias decir, “ese hombre me cambió la vida”; o a los chicos advertir, “esa mujer me movió el piso”.
El cambio es un ‘hechizo’. La clave está en la forma como agitemos esa varita mágica para que las cosas cambien de manera positiva.
La forma como asimilemos las variaciones de la vida, nos puede hacer sentir dos tipos de cosas:
Una es que veamos la vida como si nos hubiéramos ganado una ‘lotería’.
Y la segunda es que nos montemos en un pálido cortejo fúnebre.
Sea como sea, en esto del cambio, hay un ‘axioma’: si buscamos el crecimiento personal inherente a cualquier nuevo periodo de la vida, el cambio nos favorece.


Días de Otoño
Cuando el otoño empieza, nos damos cuenta de que no hay tanta claridad como había antes.

Las hojas de los árboles, por citar sólo un ejemplo, notan tal estación, pues no reciben tanta luz como acostumbraban. Además, la clorofila para ellas empieza a decrecer y es entonces cuando el verde de las hojas cambia por colores que las hacen ver con matices ‘añejos’.
Ocurre con nuestras vidas, sólo que no lo percibimos del todo. En aquellos días de otoño, tan frecuentes en muchos de los que se deprimen, aparecen algunas manchitas que nos hacen ver el mundo algo opaco. Mejor dicho: el verde esperanza empieza a desvanecerse y otros colores se pintan sobre nuestros rostros.
Algunas de las tonalidades que se esconden en las hojas son: marrones, que pueden significar que ellas están muriendo; amarillas o naranjas, las cuales advierten de la imperiosa necesidad de cambiar; y las violetas, que les hacen caer en cuenta a los árboles que algo está mal.
Tal como ocurre con esas hojas, el otoño nos trae algunos mensajes claves a nuestro mundo. En aquellos días comprobamos que estamos inmersos en la rutina o, algo más grave, percibimos que algo se nos muere.
¿Sentimos esas cosas por estos días?
Las conclusiones son claras: son épocas de cambio.
Y eso no es malo. De hecho nuestras vidas son un constante desfile de cambios: los hay en la moda, en el tiempo, en los puestos de trabajo, en las costumbres de la gente e, incluso, en la forma de hacer política.
Podríamos decir que el cambio puede llegar a ser un hechizo. Sólo que el truco está en la forma como agitemos esa varita mágica para que las cosas se modifiquen de una manera positiva.
La forma como asimilemos las variaciones de la vida, nos puede hacer sentir dos tipos de situaciones:
Primera: que veamos la vida como si nos hubiéramos ganado una ‘lotería’.
Segunda: que nos montemos en un pálido cortejo fúnebre.
Sea como sea, durante estos tiempos de otoño debemos cambiar para bien y ¡qué mejor que creer que las cosas son posibles!

Sueñe y viva el cambio

Usted puede soñar ‘con los pies en la tierra’ y asimilar que puede cambiar.
Soñar no sólo afloja la eterna tensión de los nervios; sino que además le permite identificar partes de su vida que quedan veladas por el destello de la rutina. Es como una película en donde usted puede ser el director, el protagonista, el productor e incluso el espectador de su propia vida.
Para algunos el sueño es un arte poético involuntario donde la imagen que captamos, más allá de su acostumbrada exageración, es un libreto que debemos interpretar.
Ojo, no se trata de traducir al día siguiente lo que soñó y, como si se tratara de un horóscopo, esperar que todo se haga realidad.
Es otra cosa lo que se plantea con el tema de hoy.
Es convertirse en un actor de cambio y llevar a escena el libreto de su sueño, al menos hasta cristalizarlo con una obra real.
La idea es que si usted tiene un deseo de realizar algún sueño en la vida, debe empezar por asumir el papel de ‘soñarlo despierto’.
¿Si otros con mayores problemas en la vida han vencido, usted por qué no va a poder?
Lo que sí debe tener claro es que hay que ser moderado. De igual forma, no se puede quedar sólo en el sueño escueto o en esas imágenes que llegan a su mente después de un día duro.
El sueño que Dios quiere para usted, sólo se realiza cuando usted lo asume como suyo.
No olvide esta reflexión: a lo mejor el otoño ya llegó a su vida. Incluso es probable que las hojas que caen le recuerden hoy que tiene mucho por hacer y por cambiar. Es hora de convertir sus sueños en realidad.

CAMBIO ‘A JURO’

Es bueno traer a la memoria una historia de la vida real, que nos retrata la palabra ‘cambio’ y su resistencia a él. Ocurrió en una ciudad de Colombia, hace ya 13 años.
En ese entonces, a Luis Montaña, un hombre que se definía como el ser de mil batallas, una puntilla le hizo una herida en un dedo de su pie derecho.
Él, en su peculiar ‘constitución de vida’, siempre tuvo una máxima que no violaba jamás y que rezaba así: “no voy al médico por pendejadas”.
¡Por supuesto! no iba ir a un centro asistencial por un pinchazo en el pie: “Un poco de alcohol, una ‘curita’ y listo. Problema resuelto”, decía.
Al final, la herida se le infectó, pues él no previó la profundidad de la cortada en su piel. Como el pie le dolía mucho, se enfrentó a sus dos únicas opciones: ir al médico o hacerse remedios caseros con el riesgo de que el mal se le propagase.
Se decidió por la última opción; es decir, optó por resistirse de manera obstinada al cambio en su sagrada ‘constitución’.
Luis hizo lo que siempre había hecho: pasarse la vida luchando contra lo inevitable. Sólo que esta vez, la resistencia le resultó inconveniente: el médico, cuando le diagnosticó la infección que tenía, terminó amputándole el pie.
¡Tremendo cambio el de su vida!
El muñón en que quedó convertida su pierna, todos los días le mostraba que se le había ‘quebrado’ el principal artículo de su constitución.
Ahora, Luis ve la vida distinta, sin acartonamientos y sobre todo sin preceptos inviolables. Y es que después de la amputación, se convirtió en el paciente más entusiasta del hospital de su tierra.
Luchó por todos los medios para lograr la prótesis que su cuerpo necesitaba: consultó a varios médicos e incluso a varios abogados, pues tuvo que demandar al Estado para que lo atendieran.
¡Y lo logró! Hoy, Luis recorre en su bicicleta todos los días uno de los cerros más altos de su ciudad. Él dice que ¡cambió para bien! Aunque nunca había hecho deporte, ahora le encuentra sentido a montar en su bicicleta, así sea con la prótesis.
Él tuvo el coraje suficiente para ver la vida de otra forma. Al fin y al cabo el cambio le enseñó valiosas lecciones.


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