Nuestras
vidas se resumen a constantes cambios. Todo gira: la tierra, la moda, el
trabajo, la política, el dinero y hasta el amor.
De hecho,
cuando nos enamoramos, por citar sólo un ejemplo, el primer gran atractivo es
lo nuevo que apreciamos en ese ser que recién conocemos y que, sin explicación
aparente, nos llega directo al corazón. Tanto, que nos hace cambiar.
No en vano
escuchamos a muchas novias decir, “ese hombre me cambió la vida”; o a los
chicos advertir, “esa mujer me movió el piso”.
El cambio es
un ‘hechizo’. La clave está en la forma como agitemos esa varita mágica para
que las cosas cambien de manera positiva.
La forma
como asimilemos las variaciones de la vida, nos puede hacer sentir dos tipos de
cosas:
Una es que
veamos la vida como si nos hubiéramos ganado una ‘lotería’.
Y la segunda
es que nos montemos en un pálido cortejo fúnebre.
Sea como
sea, en esto del cambio, hay un ‘axioma’: si buscamos el crecimiento personal
inherente a cualquier nuevo periodo de la vida, el cambio nos favorece.
Días de
Otoño
Cuando el
otoño empieza, nos damos cuenta de que no hay tanta claridad como había antes.
Las hojas de
los árboles, por citar sólo un ejemplo, notan tal estación, pues no reciben
tanta luz como acostumbraban. Además, la clorofila para ellas empieza a
decrecer y es entonces cuando el verde de las hojas cambia por colores que las
hacen ver con matices ‘añejos’.
Ocurre con
nuestras vidas, sólo que no lo percibimos del todo. En aquellos días de otoño,
tan frecuentes en muchos de los que se deprimen, aparecen algunas manchitas que
nos hacen ver el mundo algo opaco. Mejor dicho: el verde esperanza empieza a
desvanecerse y otros colores se pintan sobre nuestros rostros.
Algunas de
las tonalidades que se esconden en las hojas son: marrones, que pueden
significar que ellas están muriendo; amarillas o naranjas, las cuales advierten
de la imperiosa necesidad de cambiar; y las violetas, que les hacen caer en
cuenta a los árboles que algo está mal.
Tal como
ocurre con esas hojas, el otoño nos trae algunos mensajes claves a nuestro
mundo. En aquellos días comprobamos que estamos inmersos en la rutina o, algo
más grave, percibimos que algo se nos muere.
¿Sentimos
esas cosas por estos días?
Las
conclusiones son claras: son épocas de cambio.
Y eso no es
malo. De hecho nuestras vidas son un constante desfile de cambios: los hay en
la moda, en el tiempo, en los puestos de trabajo, en las costumbres de la gente
e, incluso, en la forma de hacer política.
Podríamos
decir que el cambio puede llegar a ser un hechizo. Sólo que el truco está en la
forma como agitemos esa varita mágica para que las cosas se modifiquen de una
manera positiva.
La forma
como asimilemos las variaciones de la vida, nos puede hacer sentir dos tipos de
situaciones:
Primera: que
veamos la vida como si nos hubiéramos ganado una ‘lotería’.
Segunda: que
nos montemos en un pálido cortejo fúnebre.
Sea como
sea, durante estos tiempos de otoño debemos cambiar para bien y ¡qué mejor que
creer que las cosas son posibles!
Sueñe y viva el cambio
Usted puede
soñar ‘con los pies en la tierra’ y asimilar que puede cambiar.
Soñar no
sólo afloja la eterna tensión de los nervios; sino que además le permite
identificar partes de su vida que quedan veladas por el destello de la rutina.
Es como una película en donde usted puede ser el director, el protagonista, el
productor e incluso el espectador de su propia vida.
Para algunos
el sueño es un arte poético involuntario donde la imagen que captamos, más allá
de su acostumbrada exageración, es un libreto que debemos interpretar.
Ojo, no se
trata de traducir al día siguiente lo que soñó y, como si se tratara de un
horóscopo, esperar que todo se haga realidad.
Es otra cosa
lo que se plantea con el tema de hoy.
Es
convertirse en un actor de cambio y llevar a escena el libreto de su sueño, al
menos hasta cristalizarlo con una obra real.
La idea es
que si usted tiene un deseo de realizar algún sueño en la vida, debe empezar
por asumir el papel de ‘soñarlo despierto’.
¿Si otros
con mayores problemas en la vida han vencido, usted por qué no va a poder?
Lo que sí
debe tener claro es que hay que ser moderado. De igual forma, no se puede
quedar sólo en el sueño escueto o en esas imágenes que llegan a su mente
después de un día duro.
El sueño que
Dios quiere para usted, sólo se realiza cuando usted lo asume como suyo.
No olvide
esta reflexión: a lo mejor el otoño ya llegó a su vida. Incluso es probable que
las hojas que caen le recuerden hoy que tiene mucho por hacer y por cambiar. Es
hora de convertir sus sueños en realidad.
CAMBIO ‘A JURO’
Es bueno
traer a la memoria una historia de la vida real, que nos retrata la palabra
‘cambio’ y su resistencia a él. Ocurrió en una ciudad de Colombia, hace ya 13
años.
En ese
entonces, a Luis Montaña, un hombre que se definía como el ser de mil batallas,
una puntilla le hizo una herida en un dedo de su pie derecho.
Él, en su
peculiar ‘constitución de vida’, siempre tuvo una máxima que no violaba jamás y
que rezaba así: “no voy al médico por pendejadas”.
¡Por
supuesto! no iba ir a un centro asistencial por un pinchazo en el pie: “Un poco
de alcohol, una ‘curita’ y listo. Problema resuelto”, decía.
Al final, la
herida se le infectó, pues él no previó la profundidad de la cortada en su
piel. Como el pie le dolía mucho, se enfrentó a sus dos únicas opciones: ir al
médico o hacerse remedios caseros con el riesgo de que el mal se le propagase.
Se decidió
por la última opción; es decir, optó por resistirse de manera obstinada al
cambio en su sagrada ‘constitución’.
Luis hizo lo
que siempre había hecho: pasarse la vida luchando contra lo inevitable. Sólo
que esta vez, la resistencia le resultó inconveniente: el médico, cuando le
diagnosticó la infección que tenía, terminó amputándole el pie.
¡Tremendo
cambio el de su vida!
El muñón en
que quedó convertida su pierna, todos los días le mostraba que se le había
‘quebrado’ el principal artículo de su constitución.
Ahora, Luis
ve la vida distinta, sin acartonamientos y sobre todo sin preceptos
inviolables. Y es que después de la amputación, se convirtió en el paciente más
entusiasta del hospital de su tierra.
Luchó por
todos los medios para lograr la prótesis que su cuerpo necesitaba: consultó a
varios médicos e incluso a varios abogados, pues tuvo que demandar al Estado
para que lo atendieran.
¡Y lo logró!
Hoy, Luis recorre en su bicicleta todos los días uno de los cerros más altos de
su ciudad. Él dice que ¡cambió para bien! Aunque nunca había hecho deporte,
ahora le encuentra sentido a montar en su bicicleta, así sea con la prótesis.
Él tuvo el
coraje suficiente para ver la vida de otra forma. Al fin y al cabo el cambio le
enseñó valiosas lecciones.
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