“La muerte de la pareja y la
de un hijo constituyen, quizás, las experiencias más dolorosas y amenazantes para la estabilidad emocional. La intensidad y la
complejidad inherentes al vínculo entre una pareja hacen que el perder al otro signifique afrontar
innumerables pérdidas, tanto tangibles y cotidianas (esposo, seguridad económica, compañero sexual) como simbólicas, o sea, del significado
interno que tiene esa pérdida: la fuente de seguridad, la autoestima cifrada en el respaldo de
estar casado, el saberse central en la vida de alguien, el apoyo en los
momentos difíciles, la compañía en la vejez.” (Isa Fonnegra de Jarmillo, 2001)
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